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Puedo entender por qué muchos estadounidenses parecen descorazonados ante los asuntos mundiales. La situación es realmente desastrosa.

Lo que no puedo entender, sin embargo, es la aparente indiferencia del electorado ante el revuelo mundial: una indiferencia que se manifiesta en nuestro fracaso nacional para exigir a nuestros aspirantes a líderes que aborden el nuevo desorden mundial con seriedad, en lugar de a través de frases sueltas y consignas sarcásticas ("guerras interminables", "aventurismo", "policía mundial", etc.). Esto es una irresponsabilidad política y, si se me permite decirlo, moral. El mandato del Señor en Lucas 12:48 —"Al que se le ha dado mucho, se le exigirá mucho"— se dirige principalmente a nosotros como individuos. Pero sugerir que también se aplica al país más rico y poderoso del planeta no estira el texto bíblico más allá del punto de ruptura.

Querámoslo o no, nuestros aliados de todo el mundo nos miran como líderes, de la misma manera que quienes desean hacernos daño nos miran para buscar señales de debilidad. Sí, se puede decir que los Estados Unidos han asumido más de lo que les correspondía la carga financiera y humana del liderazgo en el mundo posterior a la Guerra Fría. Pero, ¿acaso el mundo será un lugar más seguro para todos (incluidos nosotros) si la gran Huida de Afganistán —en la que abandonamos a nuestros compañeros de trabajo y dejamos a las mujeres y niñas afganas a merced de los talibanes misóginos enloquecidos— se convierte en la metáfora del siglo XXI sobre el papel global de los EE.UU.? ¿Será el mundo más seguro si abandonamos Ucrania en manos de la Rusia de Putin, y Taiwán en manos de la China de Xi Jinping, ya sea por una política deliberada o por muestras de incompetencia? ¿Un Irán con armas nucleares haría del mundo un lugar mejor?

Parece muy poco probable.

En un momento extraño de seriedad bipartidista, el Congreso creó en 2022 la Comisión sobre la Estrategia de Seguridad Nacional, compuesta por ocho estadounidenses distinguidos y experimentados de ambos partidos. El informe de la Comisión publicado recientemente es, por decirlo con delicadeza, preocupante, o debería serlo para cualquier ciudadano consciente. El punto esencial de este extenso documento se encuentra en el primer párrafo de su resumen:

"Las amenazas a las que se enfrentan los Estados Unidos son las más graves y desafiantes a las que se han enfrentado desde 1945 e incluyen la posibilidad a corto plazo de una guerra a gran escala. La última vez que los Estados Unidos lucharon en un conflicto mundial fue en la Segunda Guerra Mundial, que terminó hace casi 80 años. La última vez que la nación estuvo preparada para una lucha de esta índole fue durante la Guerra Fría, que terminó hace 35 años. En la actualidad no está preparada".

El informe continúa con críticas mordaces al Departamento de Defensa (DoD): "La Comisión considera que las prácticas empresariales del DoD; sus sistemas bizantinos de investigación y desarrollo y de adquisiciones; su dependencia de material militar con décadas de antigüedad; y su cultura de prevención de riesgos... no son adecuados para el ambiente estratégico actual". Pero más que la situación en el Pentágono -que podría ser abordada por un presidente y un Congreso dispuestos a hacerlo- me preocupa la cultura de indiferencia del público en general ante los asuntos mundiales. Porque sin un compromiso público duradero para utilizar el poder firme y el moderado de los EE. UU. en la configuración de un marco internacional seguro, ningún presidente ni ningún Congreso tomará las medidas decisivas necesarias para evitar otra guerra mundial.

En el primer libro de su historia en seis volúmenes, La Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill relató una conversación que mantuvo con el presidente Franklin Roosevelt, poco después de que Pearl Harbor y la declaración de guerra de Alemania introdujeran de plano a los EE.UU. en aquella conflagración. Roosevelt, siempre consciente de las relaciones públicas, buscaba sugerencias sobre el nombre que se le debía dar a la guerra, y preguntó al primer ministro británico su opinión. Churchill respondió al instante: "La guerra innecesaria". No era un apelativo que entusiasmara a los estadounidenses (o a cualquier otra persona). Sin embargo, era cierto.

La negativa de Gran Bretaña y Francia a creer en la palabra de Hitler, especialmente en sus intenciones geopolíticas, contribuyó a desencadenar la Segunda Guerra Mundial en Europa. También lo hizo la indiferencia pública y política de los EE.UU. ante lo que ocurría en ese continente a partir de 1933. ¿Estamos en el mismo estado de negación, despreocupación o indiferencia —como lo quieran llamar— en la actualidad? Putin ha dejado claro que pretende invertir el veredicto de la historia en la Guerra Fría, al ingerir a Ucrania como un mero aperitivo. Xi Jinping ha dejado claro que pretende responder a lo que considera el "Siglo de la Humillación" de China al convertir su Estado totalitario en la potencia hegemónica mundial. Los mulás iraníes se toman en serio su visión de un apocalipsis chií, aunque los laicistas del Departamento de Estado y otros ministerios de Asuntos Exteriores los tachen de fantasiosos medievales.

Ignorar estas realidades es una grave irresponsabilidad moral y política, porque hace más probable un cataclismo de una mortalidad sin precedentes.

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Comments from readers

Rafael Maria Calvo Forte - 10/14/2024 06:13 PM
También yo me siento desconcertado ante la aparente indiferencia de nuestro pueblo, al punto de respuestas sarcásticas ante algün comentario esgrimido por mí persona entre adultos cristianos: nada podemos hacer, sólo rezar. Sin embargo en la respuesta sobre la necesidad de hacer oración también percibo cierto desgano o indiferencia. Su observación sobre el “ nuevo desorden mundial” es lo que más se ajusta a la realidad dibuJada en el horizonte. Quién o quiénes pudieren sacudir el somnoliento desgarro social? No hay sensibilidad social colectiva. Y a nivel nacional no se vislumbra un mejor amanecer…

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