
La belleza y el desafío de la Cuaresma: Cómo la liturgia nos conduce a la penitencia
Monday, March 17, 2025
*Fr. Richard Vigoa
El tiempo de Cuaresma no se parece a ningún otro tiempo del calendario litúrgico de la Iglesia. Es un tiempo marcado por el desafío y la belleza, la penitencia y la promesa, y una llamada a la conversión y a la renovación. Cada año, la Iglesia nos invita a recorrer este camino sagrado, un camino difícil, sí, pero que conduce finalmente a la transformación.
¿Qué hace que la Cuaresma sea tan singular? No son sólo las disciplinas externas del ayuno, la oración y la limosna. No es simplemente un tiempo de “renunciar a algo” o de adoptar sacrificios temporales. No, la Cuaresma es mucho más profunda que eso. Es un tiempo diseñado por la Iglesia, a través de su sagrada liturgia, para reorientar nuestros corazones hacia Dios.
A través de las oraciones, las lecturas, los símbolos y los rituales de la liturgia, nos sumergimos en la realidad de nuestra propia pecaminosidad, pero también en la misericordia sin límites de Dios. Se nos recuerda que somos polvo, pero también que somos amados. Nos enfrentamos a nuestra necesidad de conversión, pero también a la esperanza de la Resurrección.
La Cuaresma comienza de la manera más sorprendente posible: El Miércoles de Ceniza.
La imposición de la ceniza en la frente, acompañada de las palabras: “Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás”, marca inmediatamente el tono de la estación. Debe incitarnos a contemplar nuestra mortalidad, fragilidad y total dependencia de Dios.
Las lecturas de este tiempo se hacen eco de este llamado al arrepentimiento. Escuchamos las palabras de Joel: “Vuelvan a mí de todo corazón” (Jl 2,12). Nos recuerdan los cuarenta días que Cristo pasó en el desierto, ayunando y resistiendo a las tentaciones del diablo. Las lecturas del Evangelio nos exhortan a alejarnos del pecado, a perdonar como hemos sido perdonados y a amar de un modo que refleje el amor sacrificado de Cristo.
Pero el llamado a la penitencia no tiene que ver con la culpa, sino con la gracia. Toda la liturgia cuaresmal no nos lleva a desesperarnos por nuestro pecado, sino a esperar en la misericordia de Dios.
Por eso, durante la Cuaresma, recitamos el Acto Penitencial con mayor conciencia. Nos abstenemos de cantar el Gloria, dejando que nuestro corazón anhele la alegría de la Pascua. La omisión del Aleluya nos recuerda que estamos en un tiempo de batalla espiritual, un tiempo de purificación. Incluso los colores litúrgicos cambian al violeta, reflejando el estado de ánimo de arrepentimiento y preparación.
Todo en la liturgia de la Iglesia en Cuaresma nos lo recuerda: Este es el tiempo de volver al Señor. Es tiempo de conversión. Es tiempo de gracia.
Aunque la Cuaresma es un tiempo de penitencia, es también un tiempo de inmensa belleza; una belleza solemne, rica y profundamente transformadora.
Uno de los aspectos más poderosos de la liturgia cuaresmal es su sencillez. La ausencia de flores en el altar refleja el despojamiento interior de las distracciones, llamándonos a centrarnos en lo que verdaderamente importa. La música más tenue nos permite entrar en una oración y reflexión más profundas. El mayor énfasis en el silencio durante la Misa nos recuerda que la verdadera transformación se produce cuando acallamos nuestros corazones y escuchamos la voz de Dios.
La Cuaresma es también el tiempo en que la Iglesia, en su sabiduría, hace hincapié en el Sacramento de la Reconciliación. Muchas parroquias ofrecen servicios de penitencia, tiempos adicionales de confesión y oportunidades comunitarias para el arrepentimiento. La liturgia nos conduce hacia este gran encuentro con la misericordia divina, instándonos a no permanecer en el pecado, sino a buscar la libertad que sólo Cristo puede dar.
La Cuaresma no debe ser fácil. Si pasamos estos cuarenta días sin cambios, algo nos falta. El ritmo litúrgico de la Cuaresma está diseñado para sacudirnos de la complacencia espiritual, para desafiarnos y hacernos sentir incómodos en nuestros pecados, de modo que podamos experimentar verdaderamente la libertad en Cristo.
Si abrazamos plenamente la belleza y el desafío de este tiempo, llegaremos a la Pascua transformados. Experimentaremos la Resurrección no sólo como un acontecimiento histórico, sino como una victoria personal sobre el pecado y la muerte en nuestras propias vidas.
La Cuaresma es un don. La liturgia es nuestra guía. Que tengamos el valor de seguirla.
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