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Gracias por la vida, por los cantos navideños, desde todos los rincones del Universo en estos días resplandecientes, de luces y alegrías.  Es la música espontánea, cargada de entusiasmo, llena de fe, la fe que tanto necesitamos en estos días relucientes que brotan del inmenso altar de la vida del hombre.  La música bienaventurada que se eleva hasta los confines de la Tierra es, sin dudas, la Palabra de Dios Todopoderoso. La música responsable por el bien de todos los habitantes de la Tierra.

La canción, como toda melodía, son ritmos y cantos, silencios y clamores unidos en una sola voz.  Tonadas para el desesperado, para quienes viven aferrados a la esperanza. Música poderosa donde se escucha la voz del profeta clamar al cielo misericordia, unidad, paz, conformidad y dicha.

Y siento el pulsar de las horas desde el altar de Dios, marcando un punto final a las tristezas y a las nostalgias, al llanto, vibrando con salterios y trompetas desde los cantos del Rey David para su pueblo.

Himnos de gracia, sensibles a la verdad y tan terribles como la injusticia que resuena desde de los pueblos subyugados, de los poblados sin voces: naciones enteras sufriendo injusticias. Esos himnos, al igual que otros villancicos Navideños se escuchan desde lejos: patrias distantes y terruños apartados, sintiendo el mismo clamor de los pueblos en unísono esplendor.

Canciones gloriosas es todo lo que habréis de leer para levantar el ánimo. Se escuchará a la gente del barrio cantando cánticos nuevos, estribillos y alabanzas, canturreos de los niños.

La música de la vida es rescatada desde los arrabales inhóspitos de cualquier ciudad del mundo, desde el autobús donde se conoce gente nueva, gente admirable, sin autos de lujos y sin prisa para comenzar el día. Escuchamos los ecos de composiciones espirituales, de voces en común, voces en control de sí mismos, oyéndose hasta el infinito resonar del tiempo.

Canciones de refugio, porque el refugio es ellos mismos: los huérfanos de patria, los solitarios, la gente pidiendo auxilio, son las canciones de los humildes, de aquellos que no tienen un lugar de descanso o una almohada para reposar su cabeza.

Son las propias tonadas Navideñas las que abrazan los recuerdos acomodándolos en los pesebres de paja, hierba y madera llevando como símbolo a un niño, al niño Jesús, al pequeño.

Son canciones del alma que cubren las rodillas cuando, en cuclillas, se ara la tierra.  Son los coros que merecen ser cantados mientras el sol derrama sus rayos sobre los surcos secos de un campo.

Son pues, los ritmos de una cultura que se extienden con el trino de los ciclos de éxitos y derrotas, de las cadencias consagradas, aquellas que entienden que el tiempo Navideño es un tiempo de amor, paz y confianza.

Son músicas y canciones de la iglesia, sin duda alguna, emanando del cantar soberano de la vida que no pierde el murmullo del alma, tampoco ni pie ni pisada, ni orgullo al palpitar del corazón fragmentado por la angustia.

Palpitando desde la lírica sabia de la Navidad, con alusiones de amor y confianza, se escucha la voz del semejante, iguales a la nuestra, propulsando el corazón porque la fuerza interna es firme frente a los obstáculos, especialmente en tiempo navideño.

Música de moda, de antaño, de los anchos rincones del baile y la danza, del silencio y la bulla de quienes callan al hablar, de los que hablan y no callan su entusiasmo, sus imaginativos sones de amor y nobleza retumban todos los días.

Música inocente, del furor de lo vivido, sufrido y superado. Esos son los cantos libres de la Navidad, del nacimiento de Jesús, de los caminos abundantes y estrechos, de las calzadas donde crece el aliento, donde vibra la nostalgia, pero, sobre todas las cosas, de donde vibra el amor.  El amor tiembla  con estoicismo, salta cuando las decisiones humanas son válidas, clementes y Universales. Siendo un llamado al cambio, hacia la verdad del ser humano.

¡Feliz día de Navidad!

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