Reflexiones sobre mi viaje de verano a Inglaterra: realidad vs. tecnología
Monday, August 19, 2024
*Emily Chaffins
Cuando una mujer se levantó de su asiento y se dirigió al pasillo con gesto serio, supe que algo no estaba bien. Oh no – luego, un empleado con chaleco amarillo empezó a inspeccionar el asiento. ¿Qué estaba ocurriendo? El vuelo de Miami a Londres-Heathrow aún no había despegado.
“La pieza que sujeta el chaleco salvavidas bajo el asiento se ha caído”, explicó la mujer. Eso significaba que el vuelo se retrasaría hasta que pudieran repararlo. ¡Qué fastidio!
Mientras el tiempo se alargaba y esperábamos a que lo arreglen, yo me quejaba interiormente de los inconvenientes del viaje. En junio, me dirigía a Inglaterra para estudiar por dos semanas, con la ilusión de visitar lugares como Londres, Stonehenge y Bath, sobre los que sólo había leído en los libros.
Al menos en los libros no hay retrasos en los vuelos.
Pero eso es lo que te enseñan los viajes: a tomar lo bueno con lo malo, lo conveniente con lo inconveniente, porque ver imágenes de Londres con un dron en YouTube nunca podrá compararse con la experiencia de las vistas, los olores, los sonidos y los sabores de la gran ciudad.
Vivir la aventura
Cuando se sale al mundo real, en lugar de limitarse a navegar por internet o leer un libro, la vida es una experiencia más enriquecedora. Por ejemplo, cuando llegas a cualquier pueblito de Inglaterra, lo primero que ves son las flores.
Como una chica de Miami, no estoy acostumbrada a ver tantas flores. Inglaterra está absolutamente cubierta de flores de todas las formas y tamaños. Las amapolas carmesí están esparcidas por las plazas de las ciudades, flores amarillas y moradas brillantes asoman por las jardineras de las ventanas, y parece que cada casa tiene su propio mini jardín (¡lo que requiere mucha dedicación e inclinación a la jardinería que yo no tengo!).
Mis fotos definitivamente no captan la riqueza cromática de las flores que vi durante mi estancia en Stratford-upon-Avon, donde nació Shakespeare.
Después de todo, estaba allí para estudiar a Shakespeare en su ciudad natal. Soy estudiante de posgrado de escritura creativa, así que decir “me gustan los libros” es quedarse corto. Leer a autores como Shakespeare, las hermanas Bronte, Charles Dickens y Agatha Christie es lo que me hizo soñar con visitar Inglaterra.
Pero los libros, por mucho que me gusten, no pueden sustituir a la experiencia real.
Cuando visité Bath, en Somerset, tenía ideas preconcebidas basadas en los libros de Jane Austen y en las adaptaciones cinematográficas que me encantan. Mi idea de Bath era la de unas señoras, vestidas a la usanza de la era de la Regencia, caminando por avenidas llanas y arboladas con sombrillas en las manos. Lo cual, para ser justos, sería increíble.
En la vida real, Bath es una difícil subida cuesta arriba (literalmente, ¡esas colinas eran empinadas!), pero el paisaje era aún más impresionante de lo que podría haber imaginado. Esas mismas colinas que me dejaron sin aliento eran “impresionantes” en otro sentido. Las elegantes casas de piedra parecían apiladas unas a lado de otras en esplendorosas avenidas.
Ahora, cada vez que leo sobre el barrio de Crescent en La abadía de Northanger, tengo una imagen infinitamente más rica, ¡porque realmente he estado allí!
Descubrimientos inesperados
En Bath, uno de mis lugares favoritos fue la Abadía de Bath, apodada la "linterna del Oeste" por su estructura en forma de farol. La abadía pertenece a la Iglesia de Inglaterra. Cuando entré en el tenue interior de la iglesia, me quedé asombrada al ver el intrincado techo tallado, ¡que parece sacado de una película de El señor de los anillos! Más que eso, me adentraba sin saberlo en un pedazo de historia católica. En el lugar donde se encuentra la abadía de Bath había originalmente una iglesia católica más grande.
Viajara por donde viajara en Inglaterra, siempre me encontraba con restos de catolicismo, algo que no había previsto en absoluto, teniendo en cuenta la relativa pequeñez de las parroquias católicas que busqué en internet antes de hacer el viaje. A veces, el catolicismo se encuentra en lugares obvios, como la Torre de Londres, donde santos como Tomás Moro pasaron sus últimos días. Otras veces, sin embargo, se encuentran rastros de catolicismo en lugares inesperados.
De vuelta en Stratford, visité la iglesia de la Santísima Trinidad, que también es una iglesia de Inglaterra. Allí está enterrado William Shakespeare. También me enteré de que el padre de Shakespeare, John, se encargó de desaparecer las pinturas católicas de la iglesia durante la Reforma. Sin embargo, John Shakespeare blanqueó las pinturas, lo que permitió restaurarlas más tarde.
¿Fue John Shakespeare, que era católico, quien blanqueó las pinturas como un acto de desafío para mantener viva la herencia católica de Inglaterra para las futuras generaciones? Es una gran posibilidad, sobre todo porque muchos estudiosos coinciden en que John transmitió su fe católica a su hijo, William. Si desea saber más sobre William Shakespeare y el catolicismo, le recomiendo la obra de Joseph Pearce The Quest for Shakespeare: The Bard of Avon and the Church of Rome, de Joseph Pearce.
Además de encontrarme con más lugares del catolicismo del que esperaba, viajar me permitió sumergirme en la cultura del país, como en la campiña de los Cotswolds.
Al viajar, aprendes los hechos más épicos que ni siquiera habrías sabido buscar en internet. Por ejemplo, Chipping Campden, una de las muchas pequeñas ciudades de los Cotswolds. Al parecer, la gente de Chipping Campden celebra sus propios Juegos Olímpicos. El evento no estaría completo sin un concurso de patadas en las canillas (¡sí, es lo que parece!) y un concurso de rodar quesos, en el que los participantes corren cuesta abajo a gran velocidad intentando capturar una rueda de queso (¡nadie lo ha conseguido todavía, según mi guía!).
Hablando más en serio, durante mi estancia en la campiña inglesa pude apreciar la cercanía de sus comunidades. Sin saberlo, casualmente visité los Cotswolds el 6 de junio, día en que se conmemora el inicio del Día D.
En Estados Unidos no conmemoramos este día tan importante, pero en Inglaterra no es así. Todos los pueblos que visité en los Cotswolds exhibían monumentos decorados en memoria de los caídos, personas que alguna vez habían caminado por esas mismas calles. Cuando llegué a Chipping Campden, se estaba celebrando un servicio religioso en el centro de la ciudad. Nunca habría podido captar el sentimiento de comunidad de estos pequeños pueblos si no hubiera viajado hasta allí.
Ir más allá de lo digital
La importancia de salir al mundo real me llegó con más fuerza cuando di un paseo en barco por el Avon en Stratford. Me mecía con el barco, escuchaba el graznido de los cisnes y me moría de frío, aunque estaba arropada con mi bufanda (¡los floridanos no estamos hechos para ese clima!).
Fue entonces cuando comprendí realmente lo falsos que son los mejores vídeos y fotos.
El agua brillaba y fluía como cristal líquido, de una forma que el vídeo nunca podría captar del todo. La experiencia de sentir el viento helado y oír el sonido de las voces que llegaban del mercado al otro lado del agua: el mundo digital nunca podría sustituirlo.
Si no hubiera ido a Inglaterra, nunca habría descubierto que prefiero visitar pequeños pueblos de los que nunca había oído hablar al famoso Stonehenge. Tampoco se puede saborear el dulce y caliente Sticky Toffee Pudding a través del monitor de un ordenador.
Si algo me ha enseñado el viaje de este verano es que las imágenes en una pantalla nunca pueden compararse con salir a la calle y experimentar la realidad en todo su esplendor, su desorden y sus sorpresas.
Photography: EMILY CHAFFINS | FC
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