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"Maestro, ¡qué bien estamos aquí!".

Estas no son sólo las palabras de San Pedro en la Transfiguración de Jesús, sino también las palabras de las que se hicieron eco tantos que asistieron o intervinieron en el Congreso Eucarístico Nacional (NEC, por su sigla en inglés) del 17 al 21 de julio de 2024 en Indianápolis, y vieron que Jesús estaba realmente presente allí.

Y yo, como Pedro, quería montar tiendas y quedarme allí en el Congreso con Él, contemplando su majestuosidad deslumbrante en las sesiones nocturnas de adoración, donde cerca de 60,000 personas en el estadio de Lucas Oil cayeron de rodillas en oración reverente.

Anteriormente, había luchado por concentrarme durante la adoración, y a veces preparaba listas mentales de cosas por hacer durante mis paradas, vergonzosamente apresuradas e infrecuentes, en una diminuta capilla del Santísimo Sacramento, mientras el Rey de Reyes me devolvía la mirada con paciencia. Pero en la poderosa adoración nocturna del NEC, me sentí vista. Me sentí conocida. Me sentí escuchada. Me sentí amada. Me sentí como si estuviéramos solos Jesús y yo, charlando en un estadio de fútbol, a pesar de estar rodeados de miles de personas que hacían lo mismo. Todavía siento escalofríos sólo de pensarlo.

Pero, lamentablemente, no pude acampar allí en Indy, ni tampoco nadie más. Todos tuvimos que regresar a casa, a nuestra programación habitual, donde se nos desafía en medio de nuestras vidas ajetreadas a seguir obedeciendo a nuestro Padre, cuando en la Transfiguración dijo: "Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo".

Desde que volví a casa tras el NEC, intento hacer precisamente eso: escuchar. Escucharle en medio de las distracciones y el ruido. Escucharle cuando hay exigencias y frustraciones. Escuchar los poderosos mensajes de los oradores en el NEC y compartir esos mensajes en nuestra Arquidiócesis. Escuchar Su voz tranquila y bajita que me llama a sentarme en Su presencia y simplemente ser.

Al entrar en el Año de la Misión, la siguiente fase de nuestro Avivamiento Eucarístico Nacional de tres años, se nos invita a un enfoque de cuatro pilares para continuar difundiendo el mensaje de la verdadera presencia de la Eucaristía: 1) Encuentro eucarístico, que incluye mantener una oración, una adoración y una vida sacramental activas; 2) Identidad eucarística, al permitir que la Eucaristía y el amor del Padre transformen nuestros corazones y nuestras mentes; 3) Vida eucarística, en la que nos unimos a la propia ofrenda de Cristo y permitimos que su amor se derrame de nosotros a los demás; y 4) Misión eucarística, al responder al llamado a evangelizar y a difundir con valentía la Buena Nueva del amor y la misericordia eucarísticos de Cristo.

Este llamado a convertirnos en Misioneros Eucarísticos no es sólo para aquellos que tuvieron la suerte de asistir al NEC. A diferencia de los apóstoles en la Transfiguración -a quienes Jesús les ordenó que no compartieran con nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del Hombre hubiera resucitado de entre los muertos-, Jesucristo HA RESUCITADO, y está vivo y permanece con nosotros en la Eucaristía. Como católicos, contamos con la bendición de tener a Jesús presente en cada sagrario, pero Él está ahí para todos nosotros. Es nuestro trabajo asegurarnos de que todos lo sepan.

Mientras escribo esto el 6 de agosto, Fiesta de la Transfiguración, recuerdo que todos debemos bajar de esa experiencia en la cima de la montaña, y encontrar a Jesús en nuestras iglesias, nuestras ciudades, nuestros hogares, nuestros corazones, y permitir que el Señor Eucarístico nos transfigure a nosotros y al mundo.

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