Sacerdocio: ¡Gracias, Señor!
Monday, September 25, 2023
*Fr. Matthew Gomez
En agosto, un grupo de la Arquidiócesis de Miami asistió a la Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa, Portugal. Después de haber ido a Madrid en 2011 y a Cracovia en 2016, yo estaba preparado para Lisboa. Estaba emocionado por ver cómo el Señor obraría en mi vida. En un momento de peregrinación, el Señor está presto a conceder gracias demasiado numerosas para contarlas.
Cuando fui a Madrid, la gracia fue darme cuenta de que no estoy solo. Vi la universalidad de la Iglesia católica. Cuando fui a Cracovia, la gracia fue una experiencia tangible con la Divina Misericordia; en todos los lugares a los que fuimos en Polonia, parecía producirse otro momento de misericordia. El Santísimo Sacramento estaba expuesto en una custodia en medio de una plaza, y al doblar la esquina de una calle concurrida, la gente caía de rodillas en adoración.
Lisboa fue mi primera JMJ como sacerdote, y sabía que me esperaba algo especial. Tenía mucha emoción de ir a Fátima porque Nuestra Señora de Fátima me había estado insistiendo durante algún tiempo (esa es otra entrada del blog). Me entusiasmaba estar donde nació Fernando Martins, o como quizá lo conozcan, San Antonio de Padua. Había muchas cosas por las que estar emocionado, pero nunca hubiera imaginado que la gracia que recibiría sería un mayor aprecio y una verdadera gratitud por el llamado que Jesús me hizo para ser su sacerdote.
En la Misa de apertura de esta Jornada Mundial de la Juventud había mucha gente. Tardamos unos 45 minutos, con algunos empujones, en llegar al área de la concelebración. Después de recibir la Comunión, mientras oraba en un momento de acción de gracias, volví la vista hacia el mar de gente y, bajo cada sombrilla blanca, estaba Jesús en cuerpo, sangre, alma y divinidad, siendo recibido por hombres y mujeres jóvenes hambrientos de Él. Y yo, en virtud de mi ordenación, se lo llevo a la gente. Se me llenaron los ojos de lágrimas mientras pensaba: "¡Gracias, Señor!".
Avancemos unos días hasta la Misa de clausura. Todos estábamos cansados, sudorosos, sucios, con sueño— ¿mencioné sudorosos? — por nuestra peregrinación al lugar de la vigilia y de la noche a la mañana. Nos despertamos a las 5 de la mañana para tomar nuestras vestiduras y prepararnos para la misa de las 9 de la mañana. A las 6:15, ya estábamos sentados, y la sección empezó a llenarse poco a poco. Hacia las 8:30, cuando mis hermanos sacerdotes empezaron a ponerse las casullas, me di cuenta: "Ésta es la Misa más grande que he concelebrado en mi vida".
Durante las palabras de consagración, volvieron a brotar las lágrimas. Verán, delante de mí había sacerdotes italianos, a mi lado había sacerdotes polacos, y detrás de mí había sacerdotes de órdenes religiosas de cuatro países distintos. No hablábamos el mismo idioma, todos tenemos realidades ministeriales diferentes, todos tenemos historias únicas de cómo Dios nos llamó, pero respondimos al llamado del Señor, y estamos aquí juntos, listos para propiciar un encuentro con el Señor resucitado y sus jóvenes.
De nuevo pensé: "¡Gracias, Señor!".
En el vuelo de regreso de Madrid a Miami, hubo una emergencia médica. Unas dos filas delante de mí, una anciana tuvo un problema médico y algunos compañeros de vuelo comenzaron a atenderla. Cuando vi que empezaron las compresiones torácicas, le pregunté a su hija si podía ungirla, y así lo hice. Falleció en el vuelo y me pidieron que dijera unas palabras de consuelo a su esposo y a su familia.
Aunque fue una situación triste, no creo que el Señor me hubiera permitido terminar la peregrinación de una manera más profunda. Después de haber tenido múltiples experiencias de verdadera gratitud por el don del sacerdocio, me permitió estar presente en el momento más difícil de una familia, cuando conduje a su ser querido al cielo. Fui al baño del avión para serenarme mientras pensaba: "¡Gracias, Señor!".
El 24 de septiembre celebramos el Domingo del Sacerdocio, un día para dar las gracias a los sacerdotes por su sí y su vocación. Pero hoy, y todos los días, le expreso mi agradecimiento al Señor por llamarme, facultarme y permitirme ser su sacerdote.
Por favor, oren por sus sacerdotes y oren para que el Señor, Dueño de la Mies, envíe más obreros. ¡Únanse a mí para rezar un Ave María diario por las vocaciones!
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