Aprender de los mileniales
Monday, July 24, 2023
*Dan Gonzalez
No soy un milenial, pero he trabajado con varios. Los viernes, solíamos charlar sobre nuestros planes para el fin de semana. Uno dijo que había comprado un Groupon para hacer paracaidismo en tándem. Otro iba a tomar un barco rápido a Bimini. Un tercero dijo que iría a Orlando a deslizarse en tirolina sobre caimanes. Ninguno de ellos iba a comprar antigüedades o a ampliar su colección de sellos o recuerdos.
Eso es lo curioso de los mileniales. A diferencia de mi generación, a la que le gustaba más coleccionar cosas (Beanie Babies, cómics, y tarjetas de béisbol), ellos prefieren coleccionar experiencias, cuanto más emocionantes e inusuales, mejor. En la lista de cosas por hacer de los mileniales, están practicar kitesurfing, cenar en la oscuridad, y entrar en una habitación de pánico. Y tengan por seguro que las fotos de sus escapadas serán cuidadosamente seleccionadas, retocadas, filtradas y compartidas en Instagram al instante. Si las imágenes fueron captadas a 30 metros de altura por un dron o por una Go-Pro montada en el cuerpo, mucho mejor.
Esta generación tiende a definir la felicidad según los niveles de emoción y singularidad de las experiencias, más que por la cantidad de posesiones o bienes tangibles. Prefieren el acceso antes que la propiedad. Por eso muchos prefieren tomar un Uber a comprar un automóvil, ver Netflix a comprar un DVD, y escuchar música en internet a comprar un CD.
Parece que los investigadores respaldan la afición de los mileniales por las experiencias. Un artículo de Thomas Gilovich y Amit Kumar, del Departamento de Psicología de la Universidad de Cornell, concluye que: "...las compras de experiencias (como vacaciones, conciertos, y cenas fuera de la casa) tienden a aportar una felicidad más duradera que las compras materiales (como ropa cara, joyería y aparatos electrónicos) ... El bienestar general de la sociedad podría avanzar si se pasara de una economía abrumadoramente material a otra que facilite el consumo de experiencias".
DOLOR FANTASMA
Mi propia experiencia de vida puede corroborar sus conclusiones. Vayamos a 1999, cuando todo el revuelo giraba en torno a La Amenaza Fantasma, la película del Episodio I de La Guerra de las Galaxias, que se estrenó casi 16 años después de la anterior, El Retorno del Jedi. Consciente de lo valiosas que habían llegado a ser las figuras de acción originales de La Guerra de las Galaxias, decidí hacerme con tantos juguetes nuevos como pudiera. Por ejemplo, el personaje de Boba Fett, el santo grial de las figuras de La Guerra de las Galaxias, se fabricó en 1979 a un precio de venta al público de $2.49. Esa misma figura se ha llegado a vender en eBay por $150,000. Estaba seguro de que las figuras de La Amenaza Fantasma seguirían el mismo camino.
Sin embargo, resulta que las figuras de La Amenaza Fantasma fueron una de las líneas más sobreproducidas de toda la industria de los juguetes. Y nadie quiere comprarlas. Aunque a muchos mileniales les encanta La Guerra de las Galaxias, no quieren que se les cargue con cosas de La Guerra de las Galaxias. Mis sueños de jubilarme anticipadamente gracias a la brillante inversión de 1999 en La Guerra de las Galaxias se fueron al garete.
Pero mucho antes del fiasco de La Amenaza Fantasma, yo estaba haciendo limpieza y purga. Todo empezó con la muerte de mi tía, que era bastante adinerada. Viajaba por todo el mundo y había acumulado una impresionante colección de obras de arte, porcelana fina, bolsos, zapatos y demás objetos de lujo. Después de su muerte, se subastaron todas esas cosas que tanto apreciaba. Lo que no se vendió, se remató en una venta de garaje. Y lo que sobró, se donó a Goodwill. Al cabo de un mes, todos esos objetos de lujo que ella tanto apreciaba, habían desaparecido y se habían vendido a desconocidos.
Prefiero deshacerme yo mismo de mis cosas, y recibir la recompensa de un espacio habitable despejado y organizado.
Dicen que uno pasa la primera mitad de la vida consiguiendo cosas, y la segunda, deshaciéndose de ellas. Yo he entrado en la segunda mitad. Mi nuevo objetivo es encontrar poco a poco nuevos hogares para las posesiones superfluas que me pasé adquiriendo durante la primera mitad. Quiero vivir el resto de mis días con lo mínimo: que lo que me queda, esté bien organizado y fácilmente accesible.
Los suecos, siempre prácticos, tienen un nombre para esto: dostadning. Es un híbrido de las palabras suecas para muerte y limpieza. De hecho, hay un exitoso libro sobre el tema. Y aunque suene morboso, es la realidad. Prefiero purgar mi casa de lo que no es esencial, antes que agobiar a mis hijos con esa tarea más adelante.
FELICIDADES
Touché, mileniales. Estoy de acuerdo con su forma de vida con menos cosas. ¡Pero que no se les suba a la cabeza! La idea viene de lejos. Durante siglos, los monjes vivieron la regla de la sencillez, una disciplina que ya había sido enseñada por el Maestro:
No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben. Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón. (Mateo 6,19-21)
Entonces, mileniales, ¿tenían en mente las instrucciones del Señor cuando adoptaron esta antigua y consagrada tradición? No lo sé. Su selfie con cara de pato mientras flotan sobre un unicornio de gran tamaño en una piscina infinita en las Maldivas socava su credibilidad. Pero les felicito por no querer ir detrás de las cosas sino buscar experiencias únicas que forjen amistades y fomenten la comunidad.
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