La bendición de llegar a las personas mayores
Monday, June 19, 2023
*Sr. Constance Veit
La emergencia de salud pública del COVID-19 oficialmente ha terminado, y el verano promete tiempos más felices en los próximos meses.
Sin embargo, nuestro cirujano general, el Dr. Vivek H. Murthy, acaba de publicar un aviso que advierte de una nueva amenaza para la salud pública en nuestro país.
Se trata de la soledad.
En realidad, no es un problema nuevo, sino una epidemia invisible que lleva muchos años extendiéndose sin control por nuestra sociedad.
En un ensayo publicado en abril en The New York Times, el Dr. Murthy afirma: "Tenemos que reconocer la soledad y el aislamiento que sufren millones de personas, y las graves consecuencias que tienen para nuestra salud mental, nuestra salud física y nuestro bienestar colectivo".
El Dr. Murthy advierte que la soledad es "algo más que un sentimiento desagradable". Suele provocar ansiedad y depresión, pero eso no es todo. También se asocia a un mayor riesgo de cardiopatías, demencia y accidentes cerebrovasculares. La soledad conlleva un riesgo de muerte prematura mayor que el tabaquismo o la obesidad.
El Dr. Murthy también señaló que la desconexión social está relacionada con un menor rendimiento en el trabajo y en la escuela, y con una participación social más reducida.
Para combatir esta epidemia de soledad, propone un marco nacional de tres dimensiones destinado a reconstruir la conexión social y la comunidad.
El primer punto de su plan es reforzar nuestra infraestructura social mediante programas, organizaciones y políticas que apoyen las relaciones sanas.
El segundo punto es renegociar nuestra relación con la tecnología: para estar más presentes los unos para los otros, tenemos que aprender a dejar nuestros dispositivos.
Tercero, cada uno de nosotros debe acercarse a los demás y reconstruir las relaciones en su vida personal.
Aunque los tres elementos son importantes, me gustaría centrarme en el tercer punto de este marco —nuestras relaciones personales—, y sugiero que empecemos por llegar a los mayores de nuestras familias y vecindarios, muchos de los cuales sufren de una falta de relaciones significativas, aunque tienen muchos dones que compartir con los demás.
El verano trae consigo muchas oportunidades para celebrar acontecimientos familiares, como graduaciones, bodas, reuniones, picnics y vacaciones. Pero, ¿hacemos siempre el esfuerzo que deberíamos para incluir a nuestros mayores, especialmente si tienen problemas de movilidad, comunicación o memoria?
Los meses de verano pueden ser una época peligrosa para las personas mayores, especialmente las que viven por debajo del nivel de pobreza y las que viven solas. Las olas de calor se vuelven mortales rápidamente para los ancianos que carecen de aire acondicionado, así como para los que padecen enfermedades crónicas que dificultan que sus cuerpos se ajusten a las fluctuaciones de temperatura.
Por ejemplo, el aumento de las temperaturas puede provocar insuficiencia renal en personas con problemas renales, y agravar la deshidratación provocada por medicamentos como los diuréticos, que se suelen recetar a las personas mayores.
Hace veinte años, cientos de ancianos murieron en París y otras ciudades francesas durante una ola de calor durante el verano, aparentemente olvidados por sus familiares, que estaban de vacaciones. Se criticó a la sociedad francesa por esta evidente desatención a los ancianos, pero en nuestro país se han producido incidentes similares recientemente, con ancianos que mueren en sus propias casas por falta de aire acondicionado durante períodos de calor extremo.
Muchas ciudades estadounidenses han establecido centros públicos de reparo contra el calor, y regulaciones para el aire acondicionado en las viviendas públicas. Pero la primera línea de defensa de los ancianos vulnerables debe ser la atención de los familiares y vecinos bondadosos.
Durante muchos años, el Papa Francisco nos ha desafiado a vivir con un mayor espíritu de solidaridad, tendiendo la mano a los que están cerca y lejos, especialmente a los que se encuentran en las periferias de la sociedad. Con frecuencia dirige nuestra atención a las necesidades de las personas mayores, condenando su abandono y pidiéndonos que estrechemos los lazos entre generaciones.
La primera vez que habló públicamente sobre los ancianos fue durante la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro en 2013. Este verano, el Papa Francisco se unirá a los jóvenes en la Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa, Portugal. Ha vinculado deliberadamente esta celebración —cuyo tema se centra en la Virgen María durante la Visitación— con la tercera Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores, que se celebra unas semanas antes de los eventos en Lisboa.
Mientras nos preparamos para estas dos celebraciones en el verano, permanezcamos cerca de los mayores en nuestras vidas, reforzando nuestros lazos afectivos y prácticos con ellos, y permaneciendo atentos a su bienestar. Seremos bendecidos cuando nos acerquemos a ellos, como María fue bendecida en su encuentro con su prima anciana, Isabel.
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