Subir y bajar de la montaña en esta Cuaresma
Monday, March 6, 2023
*Sr. Constance Veit
La Transfiguración de Jesús es una de las escenas más dramáticas de los Evangelios. Es una imagen central de la Cuaresma, que nos recuerda que durante este tiempo estamos invitados a ascender a una montaña alta con Jesús para vivir una experiencia espiritual única.
Este año, el Papa Francisco ha elegido la Transfiguración como tema para su mensaje de Cuaresma.
Al destacar la voz que viene de la nube: "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escúchenlo" (Mt 17,5), nos pide que escuchemos a Jesús.
"La Cuaresma es un tiempo de gracia en la medida en que escuchamos a Aquel que nos habla" en la Palabra de Dios, que la Iglesia nos ofrece en la liturgia.
"No dejemos que caiga en saco roto", escribe Francisco, al sugerir que, aunque no podamos asistir a la Misa diaria, podemos estudiar las lecturas bíblicas de cada día.
Además de las Escrituras, expresa, "el Señor lo hace a través de nuestros hermanos y hermanas, especialmente en los rostros y en las historias de quienes necesitan ayuda".
Por tanto, nuestra primera tarea en esta Cuaresma es escuchar a Jesús que nos habla en la Palabra de Dios y en otras personas.
El Papa Francisco nos ofrece una segunda propuesta cuaresmal.
Al referirse de nuevo a la Transfiguración, sugiere que resistamos la tentación de refugiarnos en una religiosidad compuesta de experiencias dramáticas en la cima de la montaña, y que "bajemos a la llanura", fortalecidos por estas experiencias para ser "artesanos de la sinodalidad" en la vida ordinaria.
Al reflexionar sobre este tema, me remonto a la Cuaresma de 2020, cuando de repente nos vimos inmersos en una situación surrealista con la aparición del COVID-19.
Las primeras semanas de la pandemia, que coincidieron con la Cuaresma, fueron intensas tanto a nivel espiritual como práctico. Desconocidos con ropa contra materiales peligrosos caminabanentre nosotros en nuestro hogar para ancianos, y nos vimos obligados a cubrirnos con capas de equipos de protección individual (EPI).
A medida que el COVID afectaba a un número cada vez mayor de residentes, una nube oscura se cernía sobre nosotros: una mezcla de dolor y miedo a lo desconocido.
Sin embargo, también hubo momentos de una luz intensa.
Al entrar en aislamiento, nos vimos privados de la Misa diaria, pero la veíamos en línea todos los días. Pudimos encontrar gracia y fuerza a través de la meditación de las lecturas de Cuaresma y las comuniones espirituales.
Incluso cuando sentíamos que la sombra de la muerte nos envolvía, tuve la fuerte sensación de que Cristo estaba presente en medio de todo, no en su gloria transfigurada o resucitada, sino en la vulnerabilidad de su pasión y muerte.
También tenía un mayor sentido de la misión, pues estaba convencida de que Cristo contaba conmigo para amar y servir a los ancianos en la medida de mis posibilidades, a pesar de los muchos obstáculos que el COVID presentaba continuamente.
Pese a las circunstancias aparentemente terribles en las que nos encontrábamos aquella Cuaresma, nunca dudamos de la presencia de Cristo en la persona de los ancianos, como siempre había dicho nuestra fundadora, Santa Juana Jugan: "No olviden nunca que el pobre es nuestro Señor".
Ahora que la pandemia se ha disipado en gran medida, hemos bajado de la montaña, por así decirlo, de vuelta a una vida más normal. Sin embargo, nos enfrentamos a nuevos problemas indicativos de que la vida en nuestros hogares nunca volverá a ser igual.
Nuestro mayor desafío es la escasez acuciante de cuidadores acreditados que nos ayuden en nuestro apostolado. Al igual que la mitad de las residencias de ancianos en Estados Unidos, nuestras residencias se han visto obligadas a limitar el número de nuevas admisiones porque no hemos podido contratar y retener personal suficiente para atender a todo el número de ancianos residentes que podríamos albergar.
A menudo le pregunto a nuestro Señor cómo puede ser que haya menos cuidadores preparados para atender a los ancianos, en el momento en que sus necesidades son mayores que nunca debido a los estragos de la pandemia, y la población de personas mayores crece exponencialmente.
Individualmente y como sociedad, debemos mostrar mayor estima y gratitud hacia los cuidadores.
Tenemos que abogar por más oportunidades educativas e incentivos para que los jóvenes entren en el campo de la geriatría; por mejores condiciones de trabajo, compensación y beneficios; y por atención y apoyo para aquellos que experimentan agotamiento o hastío.
Puede parecer que estas sugerencias se alejan de nuestro tema de Cuaresma, pero creo que nuestro Señor nos habla a través de los ancianos, a quienes Santa Juana Jugan llamaba portavoces de Dios, y tenemos que escuchar.
Mientras profundizamos en el ideal de caminar juntos en un espíritu de sinodalidad, bajemos de la montaña convencidos de que los miembros más ancianos de la familia humana son responsabilidad de todos.
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