Navidad sagrada y terrena
Monday, December 27, 2021
*George Weigel
ROMA | Una obra gigantesca de Vidas de los Santos en 16 volúmenes, publicada por primera vez entre 1872 y 1877, me informa que aquí, en la Ciudad Eterna, la fiesta de la Navidad se convirtió por primera vez en una celebración distinta de la antigua fiesta de la Epifanía a mediados del siglo IV, y que San Juan Crisóstomo—uno de los cuatro doctores de la Iglesia que sostienen la cátedra en la obra maestra de bronce de Bernini, El Altar de la Cátedra, en la Basílica Vaticana—"puso todo su empeño" en promover la celebración de la Navidad en el Oriente cristiano. El autor, con su encantador y prolijo estilo victoriano, luego hace una lista de las reliquias de la Natividad aquí en Roma y en otros lugares:
"...en la iglesia de Santa María la Mayor [está] la cuna de Belén, con incrustaciones de plata y enriquecida con adornos que le regaló Felipe III de España.
"Los paños con los que se envolvió al Niño Salvador se exhibían antiguamente en Constantinopla, pero fueron trasladados a París en el siglo XIII y colocados por San Luis en la Saint Chapelle (Santa Capilla).
"Además de la cuna en la que, según se cuenta, se meció a nuestro Señor, está el pesebre de piedra de la gruta de Belén. Una de las piedras de este pesebre se muestra en la basílica de Santa María la Mayor en el Esquilino, en el altar de la cripta de la capilla del Santísimo Sacramento.
"Algunos de los paños de Cristo también están expuestos a la veneración de los católicos en la misma capilla. El manto con el que San José cubrió el pesebre para proteger al Niño del frío, está en la iglesia de Santa Anastasia en Roma. La basílica de la Santa Cruz de Jerusalén, en Roma, tiene también la dicha de poseer los primeros cortes de su cabello infantil".
Al considerar los criterios del siglo XXI, ¿tiene sentido histórico algo de esto? Es probable que sí, pero aquí no se trata de la certeza forense sobre los artefactos antiguos. Porque tras esas afirmaciones tradicionales y piadosas, como tras la visita que hiciera a Tierra Santa en el siglo IV la emperatriz viuda Helena (madre del emperador Constantino)—una peregrinación larga y peligrosa que trajo muchas de estas reliquias a Occidente—hay una certeza crucial: la de que el cristianismo no es ni un mito piadoso ni un cuento de hadas.
El cristianismo comienza en un lugar real, en un momento específico en el que hombres y mujeres de carne y hueso conocieron a un rabino itinerante llamado Jesús de Nazaret y, tras la catástrofe que les pareció su muerte degradante y violenta, lo volvieron a encontrar de otro modo como el Señor Jesús resucitado. Las vidas de esos verdaderos hombres y mujeres se transformaron tanto con esos encuentros, que se pusieron a trabajar en la tarea que el Resucitado les encomendó: "Hagan discípulos a todas las naciones" (Mateo 28:19).
La naturaleza terrenal de la historia de la Navidad—el pesebre; el establo; los "pañales"; los bueyes imperturbables y las vacas mugientes; los pastores desconcertados pero amables; los exóticos Magos de Oriente y sus regalos de oro, incienso y mirra; la circuncisión del niño—subraya esta convicción cristiana fundamental: La Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el "Verbo" por el que "todas las cosas fueron hechas" (Juan 1:1, 3), entró en la historia a través de la cooperación de una joven judía a la que cubrió el Espíritu Santo, y nació en un momento preciso del tiempo y en un lugar preciso. El hecho de que "los primeros cortes de su cabello infantil" en realidad estén en la Basílica de la Santa Cruz de Jerusalén puede escapar a la comprobación histórica;lo que se quiere resaltar con estas afirmaciones es que en un momento de su vida entre nosotros, el Hijo de Dios encarnado fue en realidad un niño que tuvo el pelo de un bebé y todos los demás atributos de un niño débil e indefenso.
Lo mismo ocurre con lo que realmente sugieren los "paños", la cuna, el manto de San José, y todo lo demás: Aquel a quien el cristianismo proclama como Señor y Salvador, Aquel que revela con plenitud tanto la verdad sobre Dios como la verdad sobre la dignidad y el destino de nuestra humanidad, no era un personaje de algún "metaverso" de realidad virtual construido por el señor Mark Zuckerberg. Estuvo aquí, en este tercer planeta del Sistema Solar. Y continúa con nosotros: en las Escrituras proclamadas y, sobre todo, en el santo pan partido y compartido.
A medida que el mundo posmoderno pierde el contacto con las verdades más fundamentales (incluso las inscritas en nuestros cromosomas), el carácter terrenal de la Navidad proclama y celebra a un salvador divino encarnado, que una vez fue un niño, y que ennoblece y transforma todos los aspectos de la condición humana.
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