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Esta es la segunda de una serie de cuatro partes sobre el Año Ignaciano, que comenzó el 20 de mayo de 2021 y terminará en julio de 2022. 

Hay muchos árboles en el bosque de las espiritualidades católicas. A grandes rasgos se pueden clasificar según los estados de vida. Dentro de la espiritualidad laical cabe distinguir muchas espiritualidades como bien las describió San Francisco de Sales en su obra maestra, Introducción a la Vida Devota.

Existen muchos institutos religiosos que viven espiritualidades muy propias. Por mencionar sólo una, existe la espiritualidad de los Carmelitas, cuyos máximos exponentes fueron Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz.

La espiritualidad ignaciana pertenece a los Jesuitas y a los laicos que sintonizan con el espíritu de San Ignacio.

Toda espiritualidad católica debe ser teocéntrica, cristocéntrica, eucarística, eclesial, apostólica y mariana. Pero cada grupo vive esas características con matices y énfasis diferentes. Pasemos a considerarlas según las vivencias de San Ignacio de Loyola:

1. Teocéntrica:

La relación del peregrino Íñigo (luego Ignacio) con Dios durante la maduración de su conversión en Manresa tuvo fuerte énfasis trinitario. Sabía dirigirse diferenciadamente a las tres personas divinas. Esa devoción trinitaria lo acompañaría toda su vida; después de su ordenación sacerdotal celebraría frecuentemente la Misa votiva de la Santísima Trinidad. Conocemos la mística trinitaria del santo gracias a unas hojas de un diario espiritual destinado a la destrucción. Pero en público Ignacio no habló mucho de las personas divinas, pues en aquellos tiempos era peligrosa la mención al Espíritu Santo. Había corrientes iluministas que llevaban a desdeñar las estructuras eclesiales para guiarse directamente por el Espíritu Santo; una nueva forma del antiguo gnosticismo.

En su trato con Dios, el santo equilibraba la confianza con la reverencia. A ésta también la llamaba “acatamiento”. Los nombres divinos más frecuentes en sus labios y pluma eran Divina Majestad, Suma Bondad, Divina Clemencia y Sabiduría Infinita. A quien se hacía Jesuita le decía: “Procure poner delante de sus ojos ante todo a Dios, y luego el modo de ser de este instituto que es camino para ir a Él” (FI 3).

El amor a Dios impele a toda persona ignaciana a buscar “el mayor servicio divino”. Hizo fortuna la expresión, “buscar la mayor gloria de Dios”. Esa búsqueda quedaría inmortalizada en las siglas latinas Ad Maiorem Dei Gloriam” (AMDG). No es un lema abstracto. Se concretiza en procurar que todos conozcan a Dios y correspondan a su amor. El teocentrismo ignaciano conduce a un justo antropocentrismo. Se trata de interés por la salvación de todo hombre y de todo el hombre. Ya lo había dicho muchos siglos antes San Ireneo: “Gloria Dei, vivens homo”. Glorifica a Dios el hombre viviente en sentido pleno, el hombre salvado.

2.   Cristocéntrica:

Convertido al Dios uni-trino, San Ignacio se consagraría al conocimiento y seguimiento de Jesucristo. La petición más frecuente en sus Ejercicios Espirituales reza así: “Pedir conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga” (EE. 104).

El santo percibía muy vivamente la divinidad de Jesucristo. Se refería a Él como “Creador” (EE. 53). Y también como “Eterno Señor de todas las cosas” (EE 98).

Con no menor intensidad San Ignacio se interesó por la humanidad de Jesucristo. Los Ejercicios Espirituales proponen una contemplación muy detallada de todos los misterios narrados en los evangelios. Quien hace el retiro espiritual se acerca a las escenas evangélicas con los cinco sentidos de la imaginación, especialmente la vista y el oído. Su interés por la humanidad de Jesús lo llevó a peregrinar a Tierra Santa en 1523. Pero no pudo materializarse su plan de quedarse a vivir allí. Con gran sentido de la Divina Providencia luego admitiría que no era ésa la voluntad de Dios.

El joven Íñigo se formó como cortesano, caballero y hombre de armas en la Corte castellana durante el ocaso de los Reyes Católicos, la regencia definitoria del Cardenal Jiménez de Cisneros y los comienzos del gobierno imperial de Carlos V. Se nota el influjo de ese ambiente en los títulos que daba a Jesucristo. Lo llamaba “Rey eternal” (EE. 91) y “Sumo Capitán y Señor Nuestro” (EE. 136).

Este blog se publicó originalmente como una columna en la edición de noviembre de 2021 de La Voz Católica.

Comments from readers

EDELINE Hall - 01/10/2022 05:57 PM
Thank you! It was very informative!
Rafael Maria Calvo Forte - 01/10/2022 12:00 PM
Gracias, padre, por esta oportuna y necesaria aclaración: las espiritualidades.
araceli cardet - 01/10/2022 10:35 AM
Gracias Padre Barrios. Ya imprimi su articulo para leerlo con calma y despues guardarlo.

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