San José, intercesor en tiempos de incertidumbre
Monday, May 10, 2021
*Fr. Daniel P. Martin
Este blog fue escrito originalmente como una contribución a "The Disciple", la publicación semestral de los seminaristas del seminario de St. John Vianney, en Miami, donde el Padre Martin es profesor de filosofía.
En estos tiempos inciertos, en los que esperamos navegar a través de la pandemia y aspirar a una vida normal en el seminario y la parroquia, haríamos bien en pedir la intercesión de San José, que nos enseña a ser sacerdotes en medio de la incertidumbre y la ambigüedad que caracterizan nuestro mundo contemporáneo. José es un ejemplo sorprendente de la fidelidad y la voluntad de vivir en el misterio. Incluso cuando no tenía una respuesta clara a los desafíos que tenía ante sí, José puso su confianza en el Padre celestial para ser él mismo un padre santo. Nosotros, sacerdotes y seminaristas, deberíamos hacer lo mismo.
No existe un manual de instrucciones sencillo para ser padre. La mayoría de los hombres luchan por descubrirlo, incluso cuando tienen excelentes modelos de hombres en su vida. En nuestros tiempos, cuando muchos carecen de buenos modelos, más de unos cuantos padres jóvenes desearían tener a alguien que les orientara. Los sacerdotes y seminaristas jóvenes también pueden sentirse agobiados con facilidad por los desafíos que les presentan sus feligreses, que buscan en el "Padre" una respuesta a las preguntas profundas del corazón humano. Sin embargo, cuando se trata de muchas de las cuestiones y situaciones desafiantes que enfrentamos, simplemente no hay una respuesta fácil o cómoda. A menudo, hacer lo correcto implica un tremendo sacrificio personal y la confianza de que Dios nos acompañará. Significa aceptar el no saber si los planes y objetivos tendrán éxito o no.
Antes de centrar nuestra atención en San José, podemos contemplar a otro padre judío que vivió en tiempos difíciles similares a los nuestros y que también provocó un cambio para mejorar el mundo. Nacido en el seno de una familia de inmigrantes polaco-judíos ortodoxos, Jonas Salk, el científico estadounidense del siglo XX, es más conocido por haber desarrollado la vacuna contra la poliomielitis. Los científicos que le precedieron habían utilizado un virus vivo pero débil para desarrollar sus vacunas, pero Salk utilizó un virus muerto no infeccioso.
Sin embargo, antes de que la vacuna pudiera salvar innumerables vidas y sin saber exactamente si funcionaría o no, Salk tuvo que probarla en seres humanos (las pruebas con animales ya se habían completado). En su cocina, se inyectó a sí mismo, a su esposa y a sus tres hijos. Antes de pedir a otras familias que asumieran el riesgo, arriesgó su propia vida y las de sus seres más queridos. Al poco tiempo, otros —1.8 millones en total— se ofrecieron como voluntarios para las pruebas, y gracias a sus esfuerzos y sacrificios combinados, la vacuna contra la polio fue rápidamente declarada segura y eficaz.
Cuando le preguntaron a quién pertenecía la patente, Salk no dijo que a Pfizer, Moderna o Johnson & Johnson, sino a "la gente". Preguntó al entrevistador: "¿Podría usted patentar el sol?" La enfermedad más temida del siglo XX fue derrotada por un padre que se preocupó, que no pidió un céntimo y que no pidió a otros que asumieran un riesgo que él no estaba dispuesto a aceptar para sí mismo y para su propia familia.
Todo el mundo, religioso o no, puede reconocer la contribución de Jonas Salk, especialmente cuando nos enfrentamos a los estragos del COVID-19 en nuestros días. Sin embargo, sólo los pocos que tienen los ojos y los oídos de la fe, pueden ver en el ejemplo del San José silencioso a un padre que nos dio un remedio más grande todavía para las enfermedades aún más mortales del pecado y de la propia muerte: Jesucristo. José es un padre que asumió un riesgo mucho mayor con mucha menos claridad y posibilidades de éxito.
Puede que algunos de sus compañeros científicos le dijeran a Salk que su método no funcionaría, pero estoy seguro de que hubo muchos más detractores y opositores en Nazaret que le dijeron a José que se divorciara de María y corriera en dirección opuesta. Si bien Salk contaba con el apoyo del gobierno y de la educación superior (el presidente Franklin D. Roosevelt tenía poliomielitis y creó una fundación nacional que proporcionó financiación para los ensayos de la vacuna de Salk), la matanza de inocentes perpetrada por Herodes ahuyentó a José de su país y tuvo que huir a Egipto, el país de la esclavitud. Salk pudo ver el triunfo de su vacuna y la virtual eliminación del virus de la polio, pero José murió antes de poder ver los frutos de su trabajo, antes del ministerio público y la resurrección de Jesús. No hace falta decir que 2,000 años después, el pecado continúa muy presente entre nosotros, y seguimos luchando por aceptar la cura que siempre está disponible.
Los futuros padres sacerdotes tendrán que arriesgarse, hacer planes en medio de la incertidumbre y enfrentarse a las ambigüedades del siglo XXI. No tendrán un manual de instrucciones y, sin embargo, tendrán que confiar en Dios para responder a las nuevas preguntas que se les plantearán, preguntas que ni siquiera la mejor preparación del seminario puede resolver de antemano. Tendrán que aprender a someterse a pruebas, no de vacunas, sino del corazón humano. Se esforzarán por ofrecer a Jesús, una cura que muchos rechazarán, una vacuna que el mundo aún no ha aprobado. En todo esto, San José es para nosotros un modelo excelente y un intercesor poderoso, un hombre que encarnó la paternidad en los tiempos más inciertos.
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