Historia de la celebración eucarística XIII
San Pío X, el movimiento litúrgico y el venerable Pío XII
Monday, October 26, 2020
*Rogelio Zelada
El Concilio de Trento sentó las bases sólidas que necesitaba la Iglesia para emprender a fondo la reforma católica. Los seminarios para la formación del clero, el gran acierto tridentino, y la aparición de órdenes religiosas empeñadas en renovar la Iglesia, dieron grandes frutos en el pueblo creyente.
En los siglos XVII y XVIII la iglesia francesa experimentó un importante interés por la liturgia. Se desplazaron las rejas que encerraban el santuario o presbiterio, se fomentó el canto llano popular y se tradujo el misal al francés, de manera que los fieles podían seguir los ritos de la Misa en ediciones bilingües. A la vez, con gran interés se comenzó a ofrecer al pueblo una catequesis que le ayudaba a entender el sentido ritual de las celebraciones. La nueva devoción al Sagrado Corazón de Jesús fue clave para fomentar la comunión frecuente, mensual o semanal.
Dos grandes movimientos van a fortalecer la renovación de la celebración de la fe en la Iglesia: el movimiento litúrgico, con el fuerte apoyo de los monasterios benedictinos, y el movimiento bíblico, en la búsqueda de aplicar nuevas herramientas para entender con mayor claridad el lenguaje de la Sagrada Escritura.
El papa Pío XII, seguidor de los esfuerzos renovadores de San Pío X, entendía la necesaria renovación de la liturgia “como un paso del Espíritu Santo por la Iglesia de nuestro tiempo para acercar al pueblo creyente a las fuentes de la gracia”. Ya San Pío X había abanderado esta idea, convencido de que “la participación activa de los fieles” en la celebración de la liturgia es “la fuente primaria e indispensable del verdadero espíritu cristiano”. Pío X creyó sumamente importante invitar a los católicos a la comunión frecuente, y sobre todo a los niños que podían y debían empezar a comulgar al llegar a la edad de razón.
En algunas partes este llamado del papa no fue acogido con mucho entusiasmo, pero la invitación a la comunión frecuente se fue acogiendo felizmente. A pesar de los esfuerzos del santo pontífice, hubo que esperar a los años '50 para poder recibir la comunión dentro de la Misa, ya que el rito de repartirla se realizaba inmediatamente antes o después de la celebración litúrgica. En los templos que tenían un buen número de clérigos a su servicio o grandes comunidades religiosas, se acostumbraba a distribuir la comunión cada hora o media hora, según las posibilidades o la demanda de los fieles.
Al término de la primera guerra mundial, las propuestas de Pío X fructificaron con la aparición de una nueva modalidad de participación: la Misa dialogada, que para obviar el obstáculo del latín incorporó la lectura simultánea de los textos bíblicos en la Misa. Así mientras el presbítero leía en voz muy baja el texto del Evangelio, un laico lo proclamaba simultáneamente en lengua vernácula.
Esta etapa de la renovación de la liturgia permitió que por primera vez los laicos pudieran subir al santuario. Creció vertiginosamente un importante interés por el canto de los salmos, que se tradujeron y se adaptaron musicalmente a gran diversidad de idiomas; y se aprobó el uso de la lengua vernácula dentro del canto en la Misa solemne y en la dominical. Y lo más importante, los fieles pudieron participar en las Misas vespertinas al suavizar Pío XII la ley del ayuno eucarístico, que pasó de ser desde la noche anterior a sólo tres horas antes de la comunión sacramental.
A partir de 1953, los oficios litúrgicos, que solamente podían celebrarse en horas de la mañana, recuperaron su horario natural; no solamente la Misa diaria o dominical volvía a los horarios más normales de la tarde o la noche, sino que principalmente los oficios de la Semana Santa se enmarcaron en un contexto más lógico y de mayor sentido. Así la solemne Vigilia Pascual encontró en el horario nocturno el mejor sentido a la liturgia del fuego y de la luz, de manera que cuando el cántico pedía “que la luz de este cirio disipe las tinieblas de esta noche” no chocaba con el sol esplendoroso de las 10 de la mañana, sino que era acogido por un templo en penumbras acogido por la noche real del Sábado Santo.
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