Historia de la Celebración Eucarística XI: La Edad Media, Romana y Gótica
Monday, August 31, 2020
*Rogelio Zelada
Una buena parte del enorme patrimonio artístico que posee la Iglesia, tuvo una época dorada en la edad media romana y gótica, con la aparición y el florecimiento de un arte genial que todavía asombra por la solidez y la belleza de enormes catedrales, palacios, templos, conventos y hospitales.
Junto a esta aparece una fuerte y novedosa corriente de devoción a la Eucaristía. En el 1088, Berengario, obispo de Tours, escandalizó a la cristiandad con sus dudas sobre la comprensión de la transubstanciación. El obispo francés afirmaba que, efectivamente, Cristo está en el pan, por tanto en el pan consagrado hay pan y hay Cristo y por lo tanto no se puede adorar la Hostia, porque estaríamos también adorando el pan.
La teología y la fe de la Iglesia afirma que después de la consagración ya no hay pan, sino el cuerpo de Cristo y no hay vino, sino su sagrada sangre. Permanecen los accidentes, es decir aquello que perciben los sentidos, pero cambia la esencia, la substancia. Adoramos la hostia no porque en ella está Cristo, sino porque ella es Cristo Jesús eucaristizado.
Frente a esto surgió en la comunidad de fieles un intenso movimiento que, como testimonio de fe, comenzó a venerar de manera especial la sagrada reserva que empezó a colocarse sobre el altar en un arca adornada con piedras preciosas o colgada sobre este dentro de una paloma de oro o de plata.
Los teólogos profundizaron muy cuidadosamente sobre la teología eucarística y el papa Urbano IV instituyó la fiesta del Cuerpo de Cristo en 1264, fiesta a la que en el siglo XIV se le añadió una procesión solemne y triunfal con la hostia colocada en un ostensor o custodia ricamente adornada.
Sin embargo, los fieles cada vez más se alejaban de la comunión. Esta llegó a ser tan escasa que en 1215 el IV Concilio de Letrán impuso la obligación de comulgar al menos una vez al año con motivo de la fiesta de la Pascua. San Luis, rey de Francia, asombraba a toda la comunidad creyente porque comulgaba más de seis veces al año, lo que indicaba una santidad pública extraordinaria.
Las pocas veces que los fieles acudían a la comunión se les colocaba la hostia en la lengua y como cada vez se abstenían de recibir la comunión del cáliz, su uso desapareció en el siglo XIV. Anteriormente se había perdido la costumbre de ofrecer la Eucaristía bajo la especie de vino a los niños recién bautizados.
Desde el siglo anterior los canónigos habían levantado un muro alrededor del santuario, encerrándolo; buscaban defenderse del frío y así cada día poder celebrar mas confortablemente el oficio divino, (la Liturgia de las Horas) lo que convirtió al presbiterio en una iglesia dentro de otra, aislada por muros y rejas, intensificando aún mas la separación entre el clero y los fieles, que prefirieron las misas privadas celebradas en los numerosos altares de devoción levantados alrededor del templo, en vez de la misa solemne.
Entre los fieles apareció entonces un profundo deseo de ver la hostia; una devoción nueva a la manera de una especial profesión de fe en la presencia real de Cristo en el sacramento y a la vez un sucedáneo de la recepción de la comunión, lo que ocasionaba ciertos y molestos tumultos y aglomeraciones a la entrada del presbiterio y a las puertas laterales del mismo donde los fieles se amontonaban desordenadamente para ver el momento cuando el sacerdote elevaba un poco la hostia y pronunciaba sobre ella las palabras de la consagración, es decir el relato de la institución de la eucaristía.
Una situación tan anómala que Eudes de Sully, obispo de París, para asegurar el respeto en la liturgia y complacer el deseo popular, pidió al clero que elevaran sobre su cabeza la sagrada hostia inmediatamente después de la consagración de la misma, para que los fieles pudieran contemplarla tranquilamente. Desde Francia, este nuevo rito se fue extendiendo luego a toda la iglesia en occidente. Hubo que esperar 300 años, al Concilio de Trento, para que se añadiera a este nuevo rito, la elevación del cáliz.
En el campo de la composición y ejecución de la música, el canto gregoriano, aunque los monjes lo conservaron fielmente en los grandes monasterios, dio paso a la polifonía, que tuvo momentos muy brillantes en las grandes catedrales, revistiendo de suntuosa solemnidad la celebración de Eucaristía. Del canto a cappella propio del gregoriano, apareció el acompañamiento del órgano y a veces de la orquesta de cámara.
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