Cualidades presidenciales
Monday, September 7, 2020
*Fr. Eduardo Barrios, SJ
NOTA: Muchas de estas ideas se han tomado del “Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia", Capítulo Octavo, la Comunidad Política.
El martes 3 de noviembre de 2020 el pueblo norteamericano acudirá a su cita cuatrienal con las urnas para elegir presidente de los Estados Unidos.
La Iglesia, “experta en humanidad” (San Pablo VI) ilumina el quehacer político con su doctrina social.
Enseña la Iglesia que la naturaleza social del hombre lo convierte al mismo tiempo en ser político. Toda sociedad organizada se constituye en comunidad política, cuyos miembros deben buscar el bien común. La soberanía reside en la colectividad, la cual delega la autoridad en unos pocos, llamados gobernantes. Éstos deben cumplir el mandato de dirigir dentro de los límites de la moralidad y de acuerdo con un orden jurídico que goce de carácter legal.
Las autoridades gobernarán teniendo siempre presente la dignidad de la persona humana y las exigencias de la recta razón. Toca a los dirigentes la delicada tarea de hermanar los derechos humanos con los deberes humanos.
Los aspirantes a presidente de los Estados Unidos deben preguntarse si cuentan con las credenciales necesarias para tarea de tanta responsabilidad. Se necesita una sólida formación académica. Para el quehacer político suelen brindar bases robustas los estudios en Derecho (Leyes) y Economía. Pero el candidato debe contar con una cultura general amplia. Ayuda sobremanera la familiaridad con la gran Literatura, así como conocimientos en materias como Psicología e Historia. Cicerón consideraba que la Historia era “magistra vitae”, o sea, “maestra de la vida”. Y hay mucha verdad en la expresión, “el que no conoce la Historia está condenado a repetirla”.
Quien piense lanzarse a la palestra electoral debe examinar sus motivaciones. No se postule quien busca satisfacer un ego hambriento de reconocimiento y de poderío sobre los demás. Mucho menos aspire al cargo con el fin de lucrar. Busque gobernar para servir al pueblo, no para servirse del pueblo. Al político cristiano le sirve de inspiración el lema de Jesucristo, “no he venido a ser servido, sino a servir” (Mc 10, 45).
Examínese a ver si tiene la ecuanimidad necesaria para soportar las inevitables críticas inherentes al servicio público en países democráticos con prensa libre. Mire si sabe distinguir entre oposición a sus ideas y ataques personales; hay quienes consideran ofensivas las discrepancias con sus puntos de vista. Para gobernar se necesita mucho autocontrol; debe guiarse por el consejo del filósofo chino Lin Yutang, “nunca hables o escribas cuando estés enojado”. Cuando deba responder a críticas injustas, hágalo comedidamente, evitando insultos y vocablos más propios de verduleras y carretoneros que de estadistas.
Rodéese de colaboradores competentes y honrados. Y nunca les exija lealtad incondicional. Esa lealtad se le reserva sólo a Dios.
La presidencia del país pide que el incumbente no mire a nadie como enemigo. En política como en deporte hay contrincantes u opositores, pero no enemigos. Nadie vaya al gobierno para actuar en contra de nadie, sino a favor de todos y de todo lo razonable. El amor universal debe ser el motor de toda acción presidencial. El presidente siempre trabajará a favor de todos aunque resignándose a la imposiblidad de complacer a todos. Lamentablemente, la fragilidad de la naturaleza humana caída, tan inclinada al egoísmo, obstacularizará siempre la labor del mandatario mejor cualificado e intencionado.
El candidato presidencial debe ser una persona, hombre o mujer, inteligente, saludable, de carácter jovial y que duerma bien.
El presidente del país no debe desesperarse ante situaciones desesperadas. Hay problemas a los que no se le ve más solución que aprender a convivir con ellos hasta que aparezca la luz al final del túnel.
Si es importante que el presidente sea inteligente y culto, mucho más importa que tenga un corazón noble lleno de amor hacia Dios y hacia sus semejantes.
Se le facilita al primer magistrado vivir dentro del orden moral si ve que ese orden tiene a Dios como a su fuente y fin. Nada ayuda tanto a un político como aceptar esa instancia trascendente, suprema e inapelable que es Dios. El amor a Dios y el santo temor de Dios le darán luz y fortaleza cuando se enfrente ante el reto de las más desconcertantes encrucijadas.
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