Promoci�n vocacional
Monday, October 29, 2018
*Fr. Eduardo Barrios, SJ
A los obispos, comenzando por el Papa, y a los superiores de institutos religiosos les preocupa la escasez de vocaciones al sacerdocio ministerial y a la vida consagrada. Esa sequía se ha agudizado en países de larga tradición cristiana como los de Europa.
El primer promotor vocacional fue el mismo Jesucristo cuando dijo: “Rueguen al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Lc. 10,2). Se deduce que la oración por las vocaciones debe ser el medio privilegiado para promoverlas.
Los cuatro evangelios traen episodios que muestran al “Señor de la mies” reclutando seguidores. Los evangelios sinópticos reportan la vocación de unos pescadores llamados Pedro, Andrés, Santiago y Juan (Mt. 4,18-22), y también la de un publicano, conocido como Leví o Mateo (Mc. 2,13-17). El cuarto evangelio también trae una escena de vocación al discipulado con dos nuevos nombres, Felipe y Natanael, alias Bartolomé (Jn 1,35ss).
Después de la Ascensión, Jesús deja de ser visible, pero eso no le impide seguir llamando discípulos como lo demuestran las vocaciones de Matías y Pablo. Con ellos comenzaron las vocaciones pospascuales.
Como el número 12 tenía peso simbólico, una vez muerto Judas Iscariote, los once apóstoles restantes decidieron que el puesto vacante lo ocupase uno de los discípulos que había acompañado a Jesús desde el bautismo en el Jordán hasta la resurrección. Mediante la oración y una especie de rifa, a Matías le cayó la elección del Señor (Hech 1, 15ss).
Más dramática y carismática resultó la vocación de Pablo: El mismo Cristo resucitado se le apareció cuando el entonces Saulo se dirigía a Damasco para perseguir a los primeros cristianos (Hech 9,1-19).
El título de apóstol se fue ampliando y aplicando a muchos discípulos más como a Bernabé, Silas, Priscila y Aquila, entre otros. En nuestros tiempos, el Papa Francisco le ha dado el título de apóstol a Santa María Magdalena.
Actualmente todo bautizado debe considerarse ungido como apóstol del Señor; en el Pueblo de Dios no hay miembros pasivos; todos tienen misiones apostólicas por realizar.
Pero para la Iglesia es imprescindible que muchos escuchen la llamada al sacerdocio y a la vida religiosa. La pastoral juvenil debe tocar el tema para que todos los jóvenes, ellos y ellas, se examinen a ver si son llamados a la vida apostólica más radical de todas.
Aunque lo mejor para cada uno es hacer la voluntad de Dios sobre sus vidas, los promotores de las vocaciones deben afirmar sin ninguna vergüenza que la profesión sacerdotal y la religiosa aventajan objetivamente a todas las otras profesiones.
Sin intención de menospreciar, por ejemplo, a médicos e ingenieros, quede claro que a los médicos se les mueren los pacientes tarde o temprano, y que a los ingenieros, con el tiempo, se les desmoronan sus más sólidas construcciones. Por supuesto que todas las profesiones, ejercitadas competentemente y con intención de servir al prójimo y glorificar a Dios, tienen valor sobrenatural.
Sin embargo, la labor de los sacerdotes y consagrados tiene un objetivo sobrenatural privilegiado. Llega muy directamente a las almas inmortales de los humanos. Los dedicados por completo, “con el corazón indiviso” (San Pablo), a la evangelización y santificación de las gentes conducen a la fe y amistad con Dios; de ahí brotarán los esfuerzos por construir aquí en la tierra la civilización del amor. Pero no todo queda a nivel de la vida temporal. La intención última de un sacerdote es que sus feligreses, concluida su peregrinación terrena, lleguen a la vida eterna en el Reino de los Cielos. El sacerdocio, por tanto, es la profesión de más amplio alcance, la de frutos imperecederos. Llega a lo más profundo del hombre en el tiempo presente, liberándolo del pecado y canalizándole la gracia santificante, y le abre las puertas a la comunión eterna con Dios. La dimensión escatológica de la salvación no puede soslayarse a la hora de promover eficazmente las vocaciones.
Al joven con inquietud de vocación sacerdotal se le debe ofrecer un proyecto de vida espiritual y apostólica que le conduzca a comunicarse con Cristo glorioso. Sigue válida hoy la condición para elegir a Matías, haber sido testigo de la Resurrección. Ahora se llega a la experiencia de Cristo vivo y glorioso mediante los ejercicios de piedad, los sacramentos y los servicios apostólicos. Es sobre todo en el silencioso recogimiento donde se da el encuentro con Jesucristo resucitado. Es ahí donde se puede escuchar una vez más la invitación que el Señor desea extender a tantos jóvenes: “Tú, sígueme” (Jn 21,22).
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