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Los tres pastorcitos de Fatima: Lucía, Francisco y Jacinta. Los encuentros con la Virgen se convirtieron en un auténtico calvario para los tres niños. La familia se opuso; les dijeron que no era la Virgen, sino el demonio en persona.

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Los tres pastorcitos de Fatima: Lucía, Francisco y Jacinta. Los encuentros con la Virgen se convirtieron en un auténtico calvario para los tres niños. La familia se opuso; les dijeron que no era la Virgen, sino el demonio en persona.

Un viento multicolor les hizo mover el rostro hacia el intenso verdor de la encina, donde una pequeña nube se había posado suavemente. Lucía, Francisco y Jacinta habían comenzado a recoger las ovejas que cuidaban en el cerro de la Cova de Iría, cuando una suave voz les habló desde lo alto del árbol. Una hermosa mujer, joven y radiante, los miraba dulce y serenamente: “No tengan miedo”.

Era el 13 de mayo de 1917, y la Madre de Dios había bajado a Portugal porque tenía pendiente una importante conversación con tres pequeños, sencillos e inocentes niños pastores.

En el diálogo de amor de Dios con la humanidad, asombra en extremo su constante predilección por los débiles y los pequeños. A la hora de elegir a quienes necesita para una misión importante, escoge a aquellos a los que los criterios humanos hubieran descartado. Comenzó con Abrahán y Sara, dos ancianos marcados por la esterilidad; escogió a Moisés, un fugitivo tartamudo; a David, a la sazón apenas un niño; escogió personalmente a Pedro y a los otros 11, entre ellos a Judas, que tuvieron una actitud terriblemente vergonzosa en el momento de su pasión y muerte; a Pablo de Tarso lo llamó a misionar en aquel nombre al que antes él mismo había perseguido a muerte.

En el extraordinario fenómeno místico que llamamos “apariciones”, de alguna manera misteriosa, el ser humano cruza la enorme frontera que hay entre la limitación de la naturaleza humana y la extraordinaria generosidad de Dios, para percibir por los sentidos aquello que pertenece a otra y muy distinta realidad. Una experiencia incuantificable, verificable sólo desde la fe y avalada por los efectos y frutos de renovación y crecimiento interior que surgen del acontecimiento vivido.

Los tres niños que aquella tarde cuidaban las ovejas de la familia habían estado experimentando singulares experiencias desde al año anterior. Lucía tenía entonces nueve años y sus primos, Francisco y Jacinta, ocho y seis, respectivamente, cuando se les acercó una luz blanquísima y transparente; en ella, un joven, brillante como el cristal, se les presentó como el “Ángel de la Paz” y les pidió oración y penitencia. Una visita que se repitió en dos ocasiones más. Aquel enviado del cielo los enseñó a orar y anticipó para ellos la primera comunión, y los preparó así para el encuentro con la Madre del Cielo.

San Juan Pablo II habla con Lucia, una de los tres pastorcitos de Fatima, y la única que sobrevivió la niñez. Lucía tendrá una larga existencia y morirá, después de 46 años de vida contemplativa, en la clausura del Carmelo de Santa Teresa de Coímbra, como la Hna. María Lucía de Jesús y del Inmaculado Corazón.

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San Juan Pablo II habla con Lucia, una de los tres pastorcitos de Fatima, y la única que sobrevivió la niñez. Lucía tendrá una larga existencia y morirá, después de 46 años de vida contemplativa, en la clausura del Carmelo de Santa Teresa de Coímbra, como la Hna. María Lucía de Jesús y del Inmaculado Corazón.

San Juan Pablo II habla con Lucia, una de los tres pastorcitos de Fatima, y la única que sobrevivió la niñez. Lucía tendrá una larga existencia y morirá, después de 46 años de vida contemplativa, en la clausura del Carmelo de Santa Teresa de Coímbra, como la Hna. María Lucía de Jesús y del Inmaculado Corazón.

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San Juan Pablo II habla con Lucia, una de los tres pastorcitos de Fatima, y la única que sobrevivió la niñez. Lucía tendrá una larga existencia y morirá, después de 46 años de vida contemplativa, en la clausura del Carmelo de Santa Teresa de Coímbra, como la Hna. María Lucía de Jesús y del Inmaculado Corazón.

La mujer que desde lo alto de la encina los envuelve con una luz serena les anuncia que viene del cielo. No les ha dicho su nombre todavía: lo dirá más adelante. Cada día 13, por seis meses consecutivos, los visitará en ese mismo lugar, donde habrá un último séptimo encuentro. Cada día deberán rezar el rosario por la paz del mundo y el fin de la guerra. No les promete la dicha en la tierra, pero sí en el cielo, y les reafirma la urgente necesidad de la oración y la penitencia para cambiar los corazones.

Francisco y Jacinta morirán pronto, dos y tres años después de la aparición. Lucía tendrá una larga existencia y morirá, después de 46 años de vida contemplativa, en la clausura del Carmelo de Santa Teresa de Coímbra, como la Hna. María Lucía de Jesús y del Inmaculado Corazón.

Los encuentros con la Virgen se convirtieron en un auténtico calvario para los tres niños. La familia se opuso; les dijeron que no era la Virgen, sino el demonio en persona; con engaño los llevaron a la cárcel del pueblo, los encerraron con los peores delincuentes y los amenazaron con quemarlos vivos, pero ellos siguieron acudiendo a la cita con la Señora del Cielo: “Yo soy la Virgen del Rosario… para salvar a tantos que se pierden, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Corazón Inmaculado… al final, mi Inmaculado Corazón triunfará”.

Lucía hablaba con la Virgen, pero Jacinta y Francisco sólo la veían, sin escucharla. A la segunda aparición se les unió la familia de los niños más pequeños; a la siguiente, asistió el pueblo en masa; a la tercera, 4,000 personas; a la última, más de 70,000 soportaron un terrible temporal que enlodó todos los caminos y caló hasta los huesos a todos los presentes. Apenas Lucía vio a la Virgen, ésta se presentó: “Yo soy la Señora del Rosario, récenlo todos los días y la guerra terminará pronto”.

Entonces la Señora elevó sus brazos a lo alto y la lluvia cesó. Miles de personas contemplaron asombradas cómo el sol giraba tres veces sobre sí mismo, reventando de luces de todos los colores, como si se arrancara de su sitio en el firmamento y fuera a caer en ese momento sobre todos ellos. Muchos gritaron de pavor, pensando que el mundo terminaba allí mismo. Durante 10 minutos el sol danzó delante de los peregrinos y también de los incrédulos que habían venido con la intención de burlarse de los creyentes. El sol resplandecía sin molestar ni dañar la vista, transparente, sin nubes ni nieblas, con toda su luz y calor. Luego regresó sereno a su lugar en lo alto del cielo y todos quedaron con sus ropas totalmente secas, en lo que se considera el prodigio sobrenatural más extraordinario del siglo XX.

La experiencia religiosa ocurrida en Fátima, Portugal, sobre los campos de la Cova de Iría, nos trae el repetido clamor de las apariciones marianas: oración, conversión, sencillez de vida, penitencia, valoración de la vida interior y el amor a Dios, a su Hijo Jesucristo y a la Madre celestial. La Virgen ha querido llegar a nosotros por y desde el corazón de los pobres, pequeños, ignorantes y débiles.

Demasiadas veces nos solemos enredar en lo misterioso de los famosos secretos de Fátima, pero el enorme valor de lo que sucedió allí, el 13 de octubre de 1917, sigue siendo actual, retador y vigente, como lo fue aquella tarde en que el sol bailó de gusto ante la Reina de los Cielos.

Comments from readers

Hope Sadowski - 05/15/2017 10:53 AM
Gracias Rogelio por tan lindo mensaje. Debemos continuar pidiendole a la Santisima Virgen por la paz en el mundo. Un mundo que como en aquel entonces continua alejandose de Dios y dejando de amar al projimo.
Maria Maguire - 05/15/2017 10:23 AM
Thanks so much, Rogelio, beautifully narrated and described. Things of God and from God are accepted through the wonderful gift of faith! The mother of our Lord is a loving and caring mother. All humanity shall hear her message if we, Christians, but only pray, fast and spread the Gospel of peace. Maria Maguire

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