Nh� Chica: el buen olor de Cristo
Monday, June 27, 2016
*Rogelio Zelada
La pequeña capilla del Sacramento reluce olorosa de jazmines, claveles y nardos que Nhá Chica, como la gente del pueblo llama a Francisca Paula de Jesús, ha cortado en el frescor de la mañana para adornar el sagrario de la parroquia de Baependi. La ha ayudado su hermano Teotonio, que siempre está a su lado desde que su madre los dejara huérfanos cuando Francisca apenas contaba 10 años de vida. Hija y nieta de esclavos había nacido en 1808 en San Antonio del Río, en el estado brasileño de Minas Gerais. Con su madre, una negra liberta y su hermano, cuatro años mayor que ella, emigraron al sur al pueblo de Baependi donde permaneció toda su vida.
Nhá Chica y su hermano quedaron solos y sin recursos y crecieron pidiendo limosnas a las buenas personas del pueblo, siempre confiados en el amparo de la Madre de Dios, la Virgen Inmaculada, cuya pequeña imagen de terracota, única herencia familiar, los acompañó durante toda la vida. En todo momento consultaba a la que se dirigía como “mi Señora”; y la consultaba en todo tal como una hija sabe hacer con su madre.
Complemente analfabeta, sin saber leer, ni escribir, desde muy joven Nhá Chica manifestó un saber humano y espiritual fuera de lo común. En ella se manifestó la certeza evangélica de que Dios se oculta a los sabios y encumbrados y se revela a los más humildes y pequeños. No sólo vivieron de limosna, sino que ayudaron a todos los que estaban más pobres y necesitados que ellos; como si panes y peces se multiplicaran en sus manos, la gran fe de esta joven mujer negra extendía su caridad a todos los pobres de la ciudad, tanto, que rápidamente comenzó a ser llamada “la madre de los pobres”.
Nhá Chica sabía dar consuelo a los tristes y sabios y atinados consejos a los que lo solicitaban. De su gran espíritu de oración y sacrificio sacaba esa luz inteligente que todos buscaban para aclarar dudas, determinar cambios de vida o acertar en la marcha de los negocios y dificultades diarias; tanto que muchos aplazaban sus decisiones hasta haberlas consultado con ella.
Así, su fama de santidad creció y se extendió por toda la región. De todos los pueblos y aldeas de la comarca venían a conocerla y a pedirle que orara por sus necesidades, para aliviar sus enfermedades y dolencias físicas y espirituales. En ella encontraban siempre un genuino interés por escucharlos y atenderlos; los escuchaba con paciencia, sin prisas, con profunda compasión, sintiendo como propios las preocupaciones y angustias de aquellos que la buscaban.
Ella reservaba los viernes para hacer las tareas domésticas, pero sobre todo para dedicar ese día a la oración y a la meditación profunda de la pasión y muerte de Cristo.
Mujer de gran humildad atribuía sus aciertos a su oración diaria y a su profunda devoción a Nuestra Señora de la Concepción. Su mayor alegría y más apreciado regalo lo recibía cuando le leían los textos de la Biblia, especialmente alguno de los cuatro evangelios.
Nhá Chica, era una negra atractiva, alta y hermosa, con un dulce estar y una bondad cautivadora, que permaneció soltera toda su vida, a pesar de que no le faltaron buenos pretendientes. Ella, que había sido hija de esclavos, vivió su libertad para hacer el bien a todos; una laica de vida ejemplar, totalmente fiel a Cristo, a la Iglesia y al Evangelio que fue considerada por su pueblo como una santa en vida.
La “santita de Baependi” construyó con su esfuerzo y sobre todo con limosnas recogidas durante 30 años, un pequeño templo a la Virgen, que fue creciendo hasta convertirse en el hoy Santuario de la Inmaculada Concepción. Allí se levantaron pabellones para alojar y atender a niños y personas desamparadas. Una gran obra que fue confiada a las Hermanas Franciscanas del Señor.
Este importante centro asistencial, que alberga a más de 200 niños, es el testimonio en piedra y carne del trabajo de esta gran mujer brasilera. Francisca de Paula de Jesús, Nhá Chica, falleció el 14 de junio de 1895, cercana ya a cumplir los 87 años de vida.
Desde su muerte recibió la veneración de todo el pueblo que la reconoció inmediatamente como santa. Su cuerpo permaneció varios días expuesto y todos los que acudieron masivamente a orar ante su cadáver testimoniaron que su cuerpo emanaba un extraordinario olor a rosas, fenómeno que se repitió durante la exhumación de sus restos al comienzo del proceso canónico, que 50 años después de su muerte inició el episcopado del Brasil para solicitar a la Iglesia su canonización.
Nhá Chica fue sepultada en la capilla de la Inmaculada levantada por ella. Allí se conservan sus reliquias y recibe la veneración de los miles de devotos que acuden a venerarla y agradecer a Dios por su vida.
Ella es la primera mujer de raza negra nacida en el Brasil declarada Beata por el Papa Francisco con la presidencia del Cardenal Angelo Amato, Prefecto para la Congregación de la Causa de los Santos.
Ella es el testimonio vivo de que la santidad consiste en vivir lo ordinario de manera extraordinario, en ser disponible a la acción de Dios en todo momento y no sólo en ver en los pobres el rostro de Cristo, sino sobre todo en ser para todos el rostro de Él.