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Monday, May 11, 2015
*Fr. Michael W Davis
Recientemente, unos 90 alumnos de segundo grado de nuestra escuela católica de Santa Teresa recibieron su Primera Comunión. Con gran anticipación fueron a confesarse para asegurarse de que estaban listos. En el día de la Primera Comunión, llegaron una hora antes para acomodarse y ponerse en fila. Su emoción era palpable. Todos nosotros estamos admirados de su sinceridad, su inocencia, su fe y, obviamente, lo bien preparados que nuestros hijos se encuentran en estas ceremonias solemnes.
Sus padres y abuelos, tan cariñosos, no pudieron contener el orgullo de familia, la alegría en sus corazones, y las lágrimas al ver a sus queridos hijos entrando en la procesión por el pasillo principal de la iglesia de Santa Teresa con gran solemnidad y con las manos en posición de oración. La seriedad con la que estos niños se acercaron a este gran día en su vida, cuando recibieron a Jesús en su Primera Comunión, nos recuerda la forma en que debe ser incluso para los adultos, cuando nosotros, las ramas, seguimos conectados a Cristo, la verdadera vid. Siempre debemos tener en cuenta el gran privilegio de poder recibir a nuestro Señor en la Santa Comunión.
Sin embargo, la rutina y estar en "piloto automático" pueden matar la auténtica profundidad espiritual. Por desgracia, cuando no somos capaces de considerar conscientemente a Quién estamos recibiendo, podemos llegar a ser muy informales, e incluso dar por sentado el don sublime de la Eucaristía, pan de los ángeles y copa de salvación eterna.
Todos los que estuvimos presentes nos sentimos conmovidos por la emoción de los niños y por su deseo ansioso de recibir a Jesús. Ellos sí sabían a Quién estaban recibiendo. Ellos se acercaron a Él con gran reverencia. ¿Hacemos nosotros lo mismo? Según nos regocijamos en la belleza de este momento en la vida de nuestros alumnos de segundo grado, también recordamos la necesidad de renovar nuestra propia apreciación de la Sagrada Comunión.
¿Nos preparamos con entusiasmo para la misa, o es sólo una rutina y está en "piloto automático"? ¿Vamos a confesarnos periódicamente con el fin de prepararnos para lo que estamos a punto de hacer? ¿Estamos bien dispuestos para la Comunión?
¿Mostramos anticipación y emoción, llegando con puntualidad? Después de todo, ¿no estamos recibiendo la presencia de Cristo Nuestro Señor? ¿No nos encontramos con el Señor de la gloria y el Dios del cielo y de la tierra en cada Eucaristía, o es que nuestra tardanza habitual demuestra una falta de respeto por la Presencia Real?
¿Nos damos cuenta de que nos encontramos en la iglesia, la Casa de Dios, y prestamos atención, absteniéndonos de hablar innecesariamente, de usar los celulares, de jugar con las cosas? ¿O tratamos de ser reverentes en la posición y disposición para la oración, conscientes de lo que estamos haciendo?
¿Recibimos la Comunión con entendimiento, mostrando reverencia y respeto? ¿Decimos "Amén" como una aclamación de fe en la presencia de Cristo en el Santísimo Sacramento?
Debido a la vergüenza por la falta de formación, tal vez por un estado civil irregular, o por la inadecuada disposición de recibirlo, algunos adultos se presentan, toman el Santísimo Sacramento y ni siquiera lo consumen, colocándolo en un misal en los bastidores de libros. Algunos se acercan masticando chicle. Otros reciben la Eucaristía y se marchan por la puerta lateral, como si la línea de Comunión fuera una "línea de comida rápida". ¿Son tan dolorosos los cinco minutos siguientes para permanecer en la iglesia? Algunas personas se reúnen en el vestíbulo para conversar, perturbando a quienes se encuentran en la parte posterior de la iglesia, que intentan concentrarse para orar y adorar al Señor. ¿Dónde está el sentido de encontrarnos en la Casa de Dios? Ninguna de estas cosas refleja cómo fuimos preparados para nuestra Primera Comunión.
Es fácil cambiar a “piloto automático” y olvidar cómo nos educaron y prepararon. Es más: algunos damos por hecho el gran privilegio que tenemos de recibir la Eucaristía y, por ende, la reverencia y el respeto que definitivamente se merece.
Que los niños nos recuerden la fe sincera y la reverencia que nos debe caracterizar al acercarnos al Santísimo Sacramento.
Este "blog" está tomado de uno de los mensajes semanales del P. Davis a sus feligreses.
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