Orar en el lenguaje de los santos
Monday, August 19, 2013
*Blanca Morales
La pura curiosidad fue lo que me llevó a participar por primera vez de la Misa en la Forma Extraordinaria. Había escuchado los términos Missa Cantata, misa solemne, misa tridentina o misa tradicional en latín, pero no sabía que todos se referían a lo mismo: la misa celebrada en la tradición de siglos pasados.
Sabía muy poco sobre la misa tradicional, que había dejado de celebrarse después del Concilio Vaticano Segundo. Tampoco sabía que en 2007, el Papa emérito Benedicto XVI hizo que a los sacerdotes se les hiciera más fácil celebrar la misa tridentina en su motu propio Summorum Pontificum. En su Carta Apostólica, el Papa Benedicto XVI observó que la forma de la misa que alimentó la fe de tantas generaciones, debía ser ampliamente accesible, aunque la forma más reciente de la misa, como se celebra en la mayoría de nuestras parroquias en la actualidad, debe continuar siendo reconocida por su valor y santidad. Añadió que sería inconsistente que el rito nuevo se excluyera como ilegítimo.
Al ser parte de la que muchos llaman “la generación JP2”, mi única asociación con la misa ha sido en la forma “ordinaria” (normal) post Vaticano II, que tiene muchos modernismos que agradan a la juventud, como la música contemporánea de alabanza.
Con el fin de explorar algo nuevo y distinto, pero con los prejuicios sobre la misa tridentina que he recibido de los medios de comunicación, entré a la Misión de San Francisco y Santa Clara, una pintoresca iglesia con una fachada al estilo español.
Mi sorpresa fue enorme al ver que la mayoría de los asistentes pertenecía a mi propia generación. Efectivamente, el Papa Benedicto observó que la creciente demanda por el misal de 1962 no sólo provenía de quienes se criaron con él, sino de generaciones más jóvenes que se sentían atraídas al mismo, y que hallaban en él “una forma, particularmente adecuada para ellos, de encuentro con el Misterio de la Santísima Eucaristía”.
Cuando la misa comenzó, me sentí arrastrada de distintas maneras hacia este mismo misterio. Como desconocía por completo esta forma de la misa, luchaba con el misal al tratar de seguir el latín y traducirlo al inglés. Comencé a sentirme frustrada. Conozco el rito moderno como la palma de mi mano, pero me sentía como se deben sentir muchos conversos cuando asisten a su primera misa: confundida.
Vivimos en un tiempo en el que nos gusta controlar nuestros entornos, y no me gustaba sentir que no sabía qué hacer. No estaba acostumbrada a rendirme pero eso, exactamente, era lo que debía hacer.
Cerré el misal y lo coloqué a un lado. Decidí que sólo iba a experimentar la misa. Ahí fue cuando todo cambió.
Mientras escuchaba las oraciones cantadas en latín, veía rastros de incienso flotando en el aire, y observaba al sacerdote ofreciendo la misa, me di cuenta de que exactamente así es como los católicos celebraban la misa durante siglos. De pronto, me sentí transportada fuera de las restricciones del tiempo y el espacio.
Siempre supe que nosotros los católicos estamos unidos en la Eucaristía pero durante esa misa tridentina me di cuenta que el término “iglesia universal” conlleva un significado más completo y profundo.
En una misa como esta, santa Teresa de Lisieux o el beato Pier Giorgio Frassati recitaron el mismo Credo, rezaron el mismo Pater Noster, respondieron con el mismo “et cum spiritu tuo”. Ahora, más que antes, me sentí unida con la comunión de los santos: estaba orando en el mismo idioma que ellos oraron. Ya no parecían tan distantes.
Mientras continuaba disfrutando del misterio en que participaba, fue en la Comunión donde más sentí la rendición. En la misa tridentina, la tradición es arrodillarse para la comunión y recibir la hostia en la lengua.
Sentí un poco de pánico. Sólo había aprendido a recibir la Comunión en la mano. Pero aquí no había opción. Las cosas no podían ser “a mi manera”, como si la misa fuera un restaurante de comida rápida.
Mientras caminaba hacia el altar por la nave central, me sentía tan nerviosa como una novia en su noche de bodas, recibiendo a su novio por primera vez. Eso era lo que exactamente sucedía: estaba recibiendo al Novio en una manera que nunca había experimentado.
En ese momento, dejé de pensar para concentrarme sólo en Él. Rehusé pensar en lo que me rodeaba, o en si sabía lo que estaba haciendo. Lo que estaba en mi mente era “que Dios se encargue”, e hice lo único que podía hacer: entregarme.
Y lo logré. No fue la situación extraña que temí, y la sensación de abandono de aquella primera experiencia fue tan libertadora, que ahora siento que esa es la manera en que prefiero recibir la comunión.
En las semanas posteriores, regresé a la misa tridentina, atraída por la indescriptible belleza de la tradición, la música sagrada y la reverencia.
Poco a poco voy aprendiendo las oraciones y las respuestas, y mi vocabulario en latín aumenta con cada visita. Aprendo verdades más profundas sobre la celebración de la Cena del Cordero. Ahora también sé por qué en mi Misal del Niño, el sacerdote se encontraba “de frente al lado equivocado”, como observé una vez en mi niñez.
No puedo decir si me convertiré o no en una católica tradicionalista; de ninguna manera dejaré el novus ordo que ha llevado la misa a las naciones en el lenguaje que conocen. Sin embargo, puedo decir que asistir a la misa tridentina ha sido como hallar un tesoro escondido y descubrir toda la belleza que se encuentra en él. Es extraordinaria en todo el sentido de la palabra.
Comments from readers
-T
www.ecclesiaelatina.com
The Boomers and the middle-aged are those who are the ones truly missing out today. I can't tell you how many times when I asked what church I go to, and I tell them, I get the appalled look of shock from the people of that age group. Only that age group. My peers and those younger than me, and the people over 65 - almost never am I met with any hostility, but only curiousness or acceptance.
The traditional form of the Mass is not the only form - but then again it never was, there are DOZENS of Rites in the Catholic Church that are as old as the Roman Rite that most are familiar with. We can all live in harmony, if only those who are prejudiced against us will learn tolerance.
To anyone who may be inspired by her story to seek out and discover (or rediscover) a traditional liturgy, do not let the small-minded naysayers of this world dissuade you from making up your own mind!