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La nueva palabra es m�s precisa, pero apenas capta el misterio de la Trinidad


El segundo cambio en el Credo, del cual se ha hablado muchísimo, es la traducción del latín “consubstantialem”, que se tradujo como “de la misma naturaleza”, y ahora es “consustancial”. Parece que esto fue tema de debates, porque se alega que la palabra le parecerá extraña al pueblo, o que no la entenderá.

Lo verdaderamente extraño de “de la misma naturaleza” es que puede tener muchos significados distintos. Puedo imaginar a una Julieta moderna diciendo que es “de la misma naturaleza” que su Romeo. Una declaración general, aunque sea poética, puede tratar de expresar una verdad, pero está limitada por la complejidad de tal verdad. En este caso, hablamos de la esencia de Dios. Debemos ejercer cautela para no hablar de manera que la vida íntima de la Trinidad se parezca a los lazos afectivos humanos o la simpatía.

Uno de mis tíos se casó con una mujer que era muy unida a sus hermanas. Una de mis tías admiraba la unión de las tres hermanas, y expresó, “Esas tres son más unidas que las Tres Personas de la Santísima Trinidad”. La hipérbole tenía la intención de ser graciosa, no una blasfemia. No hay tres seres humanos que puedan estar tan unidos como Dios.

La “intimidad” de las Tres Personas es el misterio central de nuestra fe. Obviamente, ningún idioma puede expresar genuinamente la profundidad del misterio que es Dios. La concha en el escudo de armas del Papa Benedicto nos lo recuerda.

El Santo Padre dijo que al diseñar su escudo de armas, quería aludir a la historia de san Agustín cuando intentaba escribir sobre la Trinidad, y caminaba a orillas del mar. El santo vio a un niño que llevaba agua en una concha, quien le dijo que deseaba vaciar el agua del mar en un hueco que había hecho en la arena. El gran doctor de la Iglesia llegó a la conclusión de que estaba intentando hacer algo similar: explicar el misterio infinito del ser de Dios al cerebro limitado del hombre. El Papa Benedicto, que es un teólogo, conoce cuán inadecuadas son las palabras con relación al misterio más profundo del universo.

El Catecismo de la Iglesia Católica dice que “para la formulación del dogma de la Trinidad, la Iglesia debió crear una terminología propia con ayuda de nociones de origen filosófico: "substancia", "persona" o "hipóstasis", "relación", etc.” (Núm. 251). Existe un vocabulario técnico para prevenir las interpretaciones incorrectas de los misterios divinos. Por eso tenemos la palabra “consustancial”.

El cardenal Joseph Ratzinger, ahora Papa Benedicto, ha expresado que es muy importante que la fe sacramental “mantenga viva la pregunta sobre el ser”, especialmente en nuestros tiempos, los que describió como “una era filosóficamente pobre”. Por eso pienso que es correcto insistir que “de la misma naturaleza” se sustituya con el más técnico “consustancial”.

Nunca entenderemos la Trinidad. Sin embargo, un lenguaje más exacto demuestra más humildad y respeto en la presencia del Dios que no sólo es mucho más grande que nuestros corazones, sino también que nuestras mentes.

Graham Greene dijo que inició su camino a la conversión cuando su futura esposa le explicó que los católicos no “adoramos” a María; que había una distinción entre adoración y dulía. Ofrecemos reverencia, dulía, a los santos, y a María hiperdulía, la mayor de las reverencias. Greene, que era agnóstico, quedó tan impresionado por la explicación, que comenzó a estudiar la fe y se convirtió al catolicismo.

De la misma manera, nuestra creencia en la Trinidad puede ser una fuente de evangelización y edificación para otras personas a nuestro alrededor. La cautela con la que hablamos sobre los misterios de Dios demuestra la importancia que los artículos de nuestra fe tienen para nosotros. La seriedad en el lenguaje indica respeto por la divinidad. La palabra “místico” viene de la palabra griega que ordena silencio ante lo que era una experiencia de la divinidad. No guardamos silencio sobre Dios, pero ejercemos cautela al describirlo.

Nuestra fe en un Dios trino no es algo fácil de entender. Hay una larga historia de malentendidos sobre la esencia de Dios. En ocasiones, hubo peligro de que una gran cantidad de cristianos perdiera la fe en la Trinidad. En un viaje reciente a Ravena, en Italia, recordé cómo los cristianos de Oriente estuvieron en peligro de creer en la herejía de que la Segunda Persona de la Trinidad no era igualmente divina. Los góticos que conquistaron la parte oriental del imperio romano eran arrianos y creían que el Hijo de Dios era menos divino que Dios Padre. En la ciudad todavía existe un baptisterio arriano, y se construyeron algunas iglesias para esa secta que convirtió a los bárbaros que conquistaron Roma.

El Credo Niceno aún contiene rastros de la controversia con los arrianos. Por eso insistimos en “Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero”. El respeto por nuestra tradición debe hacer que sea más fácil utilizar una palabra especial como “consustancial” sin quejarnos.

Un sacerdote amigo dijo que se oponía al cambio en las palabras porque “¿cómo va a entenderlo mi madre?” Quizás ella puede entender más de lo que él cree. El cambio en las palabras puede ofrecernos un momento apropiado para la catequesis.

De hecho, la palabra “consustancial” puede abrir para nosotros el segundo gran misterio de la fe: la Encarnación. El año pasado, el Papa Benedicto publicó una exhortación apostólica explicar la reflexión del Sínodo de los Obispos sobre la Palabra de Dios. En Verbum Domini (La Palabra del Señor), el Papa señaló esta relación de los misterios: “Como muestra de modo claro el Prólogo de Juan, el Logos indica originariamente el Verbo eterno, es decir, el Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos y consustancial a él: la Palabra estaba junto a Dios, la Palabra era Dios. Pero esta misma Palabra, afirma San Juan, se ‘hizo carne’ (Jn. 1,14); por tanto, Jesucristo, nacido de María Virgen, es realmente el Verbo de Dios que se hizo consustancial a nosotros.” (Núm. 7)

El gran escritor inglés G.K. Chesterton escribió en “Orthodoxy” (Ortodoxia) que, en ocasiones, nuestra civilización cristiana dependía de las palabras que usamos para describir a Dios y a su gracia obrando en el mundo. Él utiliza la metáfora del timón que guía una gran nave. La sensibilidad de la Iglesia ante las palabras no es algo nuevo, pero en nuestros tiempos de ambigüedad, quizás sea más crucial que antes. Estamos inclinados a mantener la vaguedad. Necesitamos más precisión en nuestras vidas, y eso puede iniciarse con nuestro lenguaje sobre Dios.

Por lo tanto, nos regocijamos en la nueva traducción del Credo. Hará que nuestras bocas trabajen un poco más, y quizás nuestros cerebros también.

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