Terremotos, lugares sagrados y Hait�
Monday, May 17, 2010
*Tom Tracy
Hay ocasiones en que los periodistas emprendemos un viaje para cubrir una asignación, y tenemos más o menos una idea de lo que vamos a escribir; luego buscamos las historias y las anécdotas. Es un punto de partida, y todos debemos comenzar en algún lugar.
Sin embargo, un viaje reciente a las tierras sagradas de Israel, Grecia y Turquía fue algo distinto. Desde el momento en que el grupo de nuestra peregrinación, integrado por 45 católicos de la Florida, arribó a la antigua ciudad portuaria de Cesarea en el Israel moderno, hasta nuestra última parada en las ruinas de Knossos, Grecia, escuchamos constantemente la palabra “terremoto”.
Esa palabra resulta terrible y cruda para nuestros oídos en el sur de la Florida desde el 12 de enero.
Durante nuestras diversas excursiones, se nos recordaba que los terremotos eran un fenómeno frecuente en las regiones bíblicas y del Mediterráneo. Históricamente, han sido gran fuente de destrucción y de influencia para civilizaciones enteras. Una película que nos presentaron en el Parque Nacional de Cesarea, nos demostró cómo un terremoto ocasionó la ruina del puerto más importante construido por el rey Herodes. Más adelante, una ilustración demostraba una hermosa iglesia octagonal que estuvo entre las ruinas de un templo romano.
A principios de este año, mi pensamiento regresó a Haití y al triste símbolo de la catedral derrumbada de Puerto Príncipe. En enero, y nuevamente en marzo, tuve la oportunidad de escalar los escombros y de ver las paredes de lo que fue aquella majestuosa construcción, esta vez sin techo y expuesta a los elementos, y tuve una sensación abrumadora sobre lo que es la historia en desarrollo. El daño no podrá, o no será reparado pronto o con facilidad.
Peor aún, en tiempo antiguos, los terremotos a veces tenían como resultado el abandono total de ciudades o el fin de las civilizaciones locales. En algunas ocasiones, las ciudades eran desalojadas durante varios siglos antes de volver a ser pobladas. En otras, desaparecían para siempre.
El asombroso yacimiento arqueológico de Éfeso, en Turquía, donde llegó san Pablo, pudo haber sido el de mayor emotividad visual de nuestras excursiones arqueológicas. Aquella antigua ciudad estaba muy desarrollada; contaba con una biblioteca impresionante y lo que debieron haber sido espléndidas instalaciones municipales. Antes de la llegada de Pablo, un terremoto ocasionó graves daños en Éfeso, pero fue reconstruido parcialmente. Después de varios siglos, otro terremoto ocasionó mayores daños a esta joya cultural, que sirvió como sede para el Cuarto Concilio Ecuménico donde la Iglesia declaró a María la “Madre de Dios”.
En la isla de Creta, la que Pablo visitó en el año 59, caminamos por las ruinas del palacio de Knossos, el centro ceremonial y político de la cultura y la civilización minoa, en la que hubo asentamientos humanos al menos desde el año 7,000 a. C. El palacio sufrió serios daños en dos ocasiones, primero por un incendio, y luego por un gran terremoto, lo que provocó el abandono temporero del lugar, y luego el reasentamiento.
Los lugares antiguos de Megido, Jericó y Qumran, todos en nuestro itinerario, han atravesado períodos de destrucción natural durante su historia, y los arqueólogos piensan que probablemente se debieron a terremotos. En Jerusalén, la Ciudad Santa, encontramos ejemplos de terremotos que impactaron las civilizaciones y los lugares sagrados.
Por lo general, una visita a la Iglesia del Santo Sepulcro es la cumbre de cualquier peregrinación a la Tierra Santa. La iglesia es un edificio de diversidad arquitectónica que marca el lugar de la crucifixión, el sepulcro y la resurrección de Cristo. Esperamos en fila para entrar al antiguo monumento de la cripta: la iglesia dentro de una iglesia, que veneramos como el lugar donde Cristo fue sepultado y luego resucitó.
Estaba distraído mientras nuestro guía, Nader, un sirio-ortodoxo natural de Jerusalén educado en las escuelas católicas de la ciudad, explicó la razón por la que el monumento era sostenido por vigas y andamios. Lo repitió cuando le pedí que lo explicara nuevamente, y lo repitió: los estragos del tiempo, y en especial los terremotos de la época moderna, han puesto en peligro la integridad del sepulcro.
Al leer en casa una historia sobre el Santo Sepulcro, vi que a principios del siglo 19, la iglesia sufrió daños debido a incendios y terremotos. Las reparaciones se realizaron “con gran retraso en 1867-1869”, y la gran cúpula del templo se renovó, en parte, gracias al apoyo de las iglesias de Rusia, Francia y Turquía. Para ser exactos, hubo un retraso de 30 años en las reparaciones. El gran terremoto de 1927 en Jericó ocasionó más daños al Santo Sepulcro y a otros lugares religiosos en la Antigua Ciudad de Jerusalén.
En el caso de Haití, uno se pregunta cómo continuarán en realidad los esfuerzos de reconstrucción, en términos de coordinación, recursos y cooperación internacional, al igual que el estilo y la ingeniería de la reconstrucción. ¿Se podrán salvar algunas secciones de la Catedral, o habrá que nivelarlas para construir un templo nuevo? ¿Será más moderno o clásico? ¿Cuántos años pasarán antes de que vuelva a celebrarse la Misa en la catedral de Puerto Príncipe?
En estos momentos, por supuesto, en Haití hay que atender asuntos humanos más importantes, y la historia nos advierte que no podemos estar completamente seguros de que Puerto Príncipe permanecerá como el centro de la vida política, cívica y religiosa del país. Sin embargo, por el momento, parece que lo será.
La historia de la Tierra Santa nos recuerda que los templos se erigen y caen y vuelven a reconstruirse en su sitio original o a veces en un nuevo lugar. Las influencias y los centros de poder cambian. Los templos y los edificios religiosos – destruidos y reconstruidos – también permanecen como símbolos importantes para futuras generaciones.
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