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Homilies | Sunday, June 19, 2022

Necesitamos este pan para crecer en el amor

Homilía del Arzobispo Wenski con la Renovación Carismática Hispana en el domingo de Corpus Christi

El Arzobispo Thomas Wenski predicó esta homilía durante la conclusión de la XXXVII conferencia anual de la Renovación Carismática Hispana de Miami, que se celebró en el Miami Airport Convention Center el 18 y 19 de junio de 2022.

Hoy, con esta solemne fiesta del Cuerpo y la Sangre del Señor, la Iglesia en los Estados Unidos comienza un esfuerzo de base para que los católicos de este país reavivan nuestra fe en la presencia del Señor en la Eucaristía. Durante este Avivamiento Eucarístico que concluirá con un Congreso Nacional Eucarístico en Julio 2024, pedimos que el Espíritu Santo encienda un fuego misionero en el corazón de esta nación —mientras nos consagramos a la fuente y a la cumbre de nuestra fe que es nada menos y nada más que el mismo Jesús Sacramentado.

En la Eucaristía, el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de nuestro Señor Jesucristo. En la Eucaristía, el Santo Dios se acerca a nosotros; la Sagrada Comunión nos lleva hacia una intimidad familiar con nuestro Salvador, quien, al entregársenos, nos hace partícipes de la herencia eterna prometida. 

El Papa emérito, Benedicto XVI, nos recuerda: “La Eucaristía es el alimento indispensable que nos sostiene mientras atravesamos el desierto de este mundo, seco por los sistemas ideológicos y económicos que no promueven la vida, sino que la reprimen... un mundo en el que domina la lógica del poder y de la posesión, en lugar de la lógica del servicio y del amor; un mundo en el que la cultura de la violencia y de la muerte triunfa con frecuencia.”

El arzobispo santo, Oscar Romero de San Salvador, murió a balazos cuando estaba celebrando la Santa Misa. Dicen que murió pocos momentos después de haber consagrado los elementos del pan y del vino. Lo mataron sus verdugos porque él, como obispo, había defendido a los pobres de su diócesis con las armas de la verdad, las armas del evangelio. La Eucaristía le dio a él la fuerza para ser coherente con su compromiso cristiano – pues, su fe le hizo reconocer a Cristo presente no solo en el pan y vino consagrados sino también en el rostro de los más humildes privados de sus derechos.

Necesitamos este pan para crecer en el amor, porque sólo el amor nos llevará a reconocer el rostro de Cristo en los rostros de nuestros hermanos y hermanas. Participar como católicos en la Misa – y por supuesto comulgar dignamente – no nos separa de un compromiso con el mundo. Al contrario, la Eucaristía ahonda nuestra responsabilidad para el mundo en el cual vivimos. Cristo – presente en la Eucaristía, en su cuerpo y su sangre – nos reta a construir un mundo más humano, más justo, más de acuerdo con el plan de Dios.

Existe ese proverbio, “lo que se tiene no se aprecia”. Durante unos meses al comienzo de la pandemia—por unos meses— fuimos privados de haber podido asistir a la Misa en persona. Espero que esa privación haya despertado en nosotros una apreciación de este regalo tan sublime que Dios nos ofrece en la Misa. Pero también, debemos preguntarnos si quizás hemos permitido que una cierta familiaridad informal en nuestra manera de participar en la Misa y de acercarnos a la Sagrada Comunión. Si es así, eso no nos ayudará a saber valorar este maravilloso regalo.

Dios se nos ofrece en la Eucaristía – y lo hace porque nos ama – pero el amor es un negocio arriesgado. Arriesga rechazo; arriesga traición; el amor arriesga el no ser valorado. Gracias a Dios, el amor de Dios no calcula el por qué hemos sido tan mala inversión: ¿quién de nosotros puede decir que no ha rechazado en algún momento el amor de Dios?; ¿quién de nosotros puede decir que no lo ha traicionado o que siempre ha sabido valorarlo? 

Aprendamos que la Eucaristía no es un premio para los buenos sino la fuerza para los débiles, para los pecadores, es el perdón. Es el estímulo que nos ayuda a caminar con el Señor por este mundo como sus discípulos hacia la Patria celestial. Por eso, en cada Misa, antes de acercarnos a comulgar repetimos las palabras del centurión: “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.”

Al acercarnos al altar nosotros también venimos buscando un remedio divino, una medicina espiritual. Somos alimentados con este pan para convertirnos en testigos auténticos del Evangelio.

Así pues, renovados en nuestro asombro ante este gran “misterio de la fe” y agradecidos por este regalo que nos hace Cristo, entregándose a nosotros en la Eucaristía, respondemos con el servicio y con las obras de caridad. Ya que nuestra comunión con Cristo debe llevarnos a una mayor comunión con los demás a quienes, en Cristo, hemos reconocido como nuestros hermanos y nuestras hermanas.

El corazón del culto cristiano, la fuente y la cumbre de nuestra vida como cristianos católicos, es el Sacrificio de Jesucristo hecho presente sacramentalmente en la Eucaristía. Nuestra creencia en la Presencia Real de Cristo en el Santísimo Sacramento es lo que nos hace católicos. La Eucaristía es el sacramento de la unidad, el vínculo de la caridad, es la promesa de la futura gloria. Con la Eucaristía, la gloria viene a la tierra y la mañana de Dios desciende en el presente entre nosotros —y es como si el tiempo quedase abrazado por la eternidad divina. O sea, podemos decir que en cada Misa el cielo besa a la tierra. Dios quiera estar cerca de nosotros, estar íntimamente unido a nosotros y que nosotros estemos unidos con Él.

Quiero citar otra vez al Papa Benedicto XVI, quien afirmó: “Adorar el Cuerpo de Cristo, que se hizo pan partido por el amor, es el remedio más valido y radical contra las idolatrías de ayer y hoy. Arrodillarse ante la Eucaristía es una profesión de libertad: quien se inclina ante Jesús no puede y no debe postrarse ante ningún poder terreno, por más fuerte que sea. Nos postramos ante un Dios que primero se ha inclinado hacia el hombre, como buen Samaritano, para socorrerlo y devolverle la vida y se ha arrodillado ante nosotros para lavar nuestros pies sucios.” 

En la Eucaristía, Cristo nos ha dejado el memorial de su sacrificio de amor infinito. La Iglesia tiene en este sacramento de su Cuerpo y su Sangre todo lo necesario para su camino a lo largo de la historia, para extender a todos el reino de Dios. Por esta razón, hoy en la fiesta de Corpus Christi, suelen hacer procesiones con el Santísimo Sacramento por las calles. Caminar por las calles es una manera de invitar a todos nuestros vecinos a una invitación de vida eterna, de paz y de alegría. Y si por el calor del mediodía aquí en Miami no es conveniente que pasemos a las calles hoy, queremos, no obstante, al final de la Misa hacer una procesión dentro de esta aula para manifestar nuestro deseo de poner a Cristo en nuestra vida diaria, para que Él camine por donde caminamos nosotros, y viva donde vivimos.

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