By Ana Rodriguez Soto - The Archdiocese of Miami
Photography: ANA RODRIGUEZ-SOTO | FC
MIAMI | Unas monjas nigerianas cantaron en igbo. Una mujer brasileña lo hizo en portugués. El coro cantó en español y en creole. La congregación rezó el Padre Nuestro en latín, y el Kyrie, por supuesto, en griego.
Todo en la misma Misa, donde el Arzobispo Thomas Wenski ordenó a ocho hombres al sacerdocio arquidiocesano. La diversidad de idiomas coincidía con la diversidad de los nuevos sacerdotes: Tres son nativos: dos nacidos y criados en Miami, y el tercero en Fort Lauderdale — uno de padres nicaragüenses, el otro de padre chileno y madre cubana y el tercero de padres haitianos.
Otro procede de Nigeria, el segundo nativo de ese país que se ordena para Miami. Otros tres proceden de Hawái, Brasil y Paraguay, los primeros sacerdotes arquidiocesanos de esos lugares. Y el octavo viene de Cuba.
De hecho, eran tantos sacerdotes nuevos que la ceremonia de ordenación, celebrada el 8 de mayo de 2021, se trasladó de la Catedral de St. Mary al Fernandez Family Center, en la Universidad de St. Thomas, para acomodar a las casi 800 personas que asistieron sin dejar de cumplir con las reglas de distanciamiento social.
Las fotos cuentan la historia de la Misa de ordenación. A continuación, las historias de los ordenados.
P. Yosbany Alfonso: “Algo que no pude controlar”.
Miembro de la generación “Y” de Cuba —llamada así porque sus nombres de pila comienzan con esa letra, poco habitual en español— el P. Alfonso, de 48 años, fue criado como católico pero no practicaba. Ir a la iglesia no era lo normal en una nación oficialmente comunista y atea.
Pero a los 14 años, recuerda, “me entró el deseo de ir a la iglesia. Me impactó muchísimo”. Bautizado a los 15 años, confirmado a los 18, había quedado impresionado por el ejemplo de su párroco, siempre presente y generoso. “Yo comencé a enamorarme del sacerdocio”.
Pero no tuvo mucho tiempo para el discernimiento. A los 26 años, llegó solo a los Estados Unidos y comenzó a trabajar: primero como ayudante de cocina en el Faculty Club de la Universidad de Miami, luego como barbero y terapista de masajes. Aunque siguió asistiendo fielmente a la Misa, se dedicó a un objetivo: traer a su madre, su padrastro y su hermano menor a Miami.
Una vez cumplido esto, pensó que podría empezar a dedicarse más a sí mismo, e hizo planes para mudarse a Nueva York. Pero algo sucedió durante la Misa de la fiesta de Pentecostés de 2012. Mientras el párroco de St. Brendan, el P. Fernando Hería (ahora rector del Santuario Nacional de Nuestra Señora de la Caridad), invocaba al Espíritu Santo, “Yo empecé a llorar.
Empecé a sentir algo y me vi reflejado en él”, dijo el P. Alfonso. “Regresó aquel deseo tan grande que tuve. Dije: ‘Señor, ahora no’. Pero era algo que no podía controlar”.
Se reunió con el P. David Zirilli, entonces director de vocaciones de la Arquidiócesis, y le dijo sin rodeos: “Yo quiero estar seguro de que Dios no me está llamando para esto”.
Tras casi un año de discernimiento, entró en el seminario en agosto de 2013. “El Señor me agarró por una pata”, dijo el P. Alfonso.
Cuando se lo contó a su madre, Olga Zamora, dice que ella le respondió: ““Te demoraste’. Ella sabía desde que vivía en Cuba que algo había pasado”.
P. Hans Chamorro: Un “regalo del Señor”
Viviana Chamorro estuvo a punto de tener dos hijos sacerdotes. Su hijo menor, Ion, salió del seminario y ahora sirve a su país en el ejército estadounidense. Hans, de 31 años, el sexto de siete hermanos, de los cuales todos menos ellos dos viven en Nicaragua, tardó un poco más en decidirse, y trabajó como redactor publicitario durante un par de años antes de entrar en el seminario.
Ahora que es sacerdote, su madre mira hacia atrás y ve la mano de Dios. Hans es el que ella “le ofreció al Señor”, dijo, porque los médicos le habían aconsejado que lo abortara. Su marido, Juan, estaba recibiendo quimioterapia cuando ella quedó embarazada. Los médicos le dijeron que el niño podría nacer con deformidades. “Y yo dije, yo lo quiero como sea”, recordó Chamorro.
Al principio, el P. Chamorro no tenía clara su vocación. “Crecí en la Iglesia”, dijo, pero asistió a la escuela pública y se licenció en inglés de la Florida International University. Tras encontrar trabajo en su campo, “empecé a tener ese momento en el que quería sentirme realizado”, recordó. “Me preguntaba si Dios quería más de mí. Sentí que me respondía: el sacerdocio. Eso me dio mucho miedo”.
¿Por qué? Porque “no estoy hecho para esto”, pensó. “No tengo los talentos que necesito”.
Su párroco en la iglesia de St. Michael the Archangel, el P. Christopher Marino (ahora rector de la Catedral de St. Mary), le preguntó a los 18 años si había pensado en el sacerdocio. “Lo había hecho, pero no muy en serio”, le contestó el P. Chamorro. Todavía era un adolescente y esperaba salir con muchachas, casarse y formar una familia.
Pero después de escuchar la llamada de Dios, de asistir a Horas Santas, de hablar con amigos sacerdotes, “eso me hizo volverme más al Señor, encontrar mi fuerza en él”, dijo el P. Chamorro.
Tras pasar su año de diaconado en la “burbuja” del Seminario de St. Vincent de Paul en Boynton Beach, sin poder servir en una parroquia los fines de semana, entiende cómo la pandemia ha hecho que la gente pierda el contacto con sus familias y con la Iglesia.
“Hay mucho dolor, muchas heridas, que quisiera ayudar a sanar en nombre de Cristo”, manifestó el P. Chamorro. Quiere ser “un sacerdote que le recuerde al pueblo que Dios no lo ha abandonado”.
Su madre sólo podía observar maravillada su ordenación. “Mire que el Señor nunca nos dice que no”, observó. “Mire el regalo que me ha dado Dios”.
P. Alberto Chávez: “Dejando atrás el éxito”
Como el menor de tres hijos, el P. Chávez admite: “Soy el mimado; muy, muy mimado”.
Nacido en Paraguay, fue bautizado pero no fue educado en la fe. Sus padres y hermanos trabajaban en las fuerzas del orden, y la familia tenía una vida social muy activa, sin tiempo para la iglesia los fines de semana.
Su padre murió repentinamente cuando Alberto tenía 15 años, y cayó en “una oscuridad profunda, muy profunda”; peleaba con su familia y carecía de propósito en la vida, hasta que entró en el Camino Neocatecumenal, una capacitación permanente que “lleva a las personas a la comunión fraterna y a la madurez de la fe”.
“Allí descubrí que tengo una madre, que es la Iglesia, y que tengo un Padre, que está vivo. Y al estar vivo, me cuidó muy bien. Me dio el apoyo que necesitaba para recuperarme”, dijo el P. Chávez.
La llamada al sacerdocio llegó al mismo tiempo. Pero estaba decidido a convertirse en abogado como su padre, una meta que alcanzó a los 23 años. “Y fui un abogado exitoso. Pero estaba vacío”.
Ejercía el derecho financiero, y había recibido cuatro ascensos en tres meses, cuando le invitaron a asistir a un seminario Neocatecumenal en Italia. Para ello, tuvo que rechazar otro ascenso.
“Esto fue una prueba. En ese momento me di cuenta de que mi llamado al sacerdocio era serio, porque dejaba atrás el éxito”, recordó el P. Chávez, que ahora tiene 33 años. Pero reconoció: “Tengo que probar esto. Es algo muy fuerte dentro de mí”. Además, “este llamado nunca termina”.
Al seguir la voluntad de Dios, pasó tres años como misionero con comunidades neocatecumenales en Brownsville, Texas; Tulsa, Oklahoma; y Chicago, Illinois. Finalmente llegó a Miami en 2011 como uno de los 12 miembros fundadores del Seminario Misionero Arquidiocesano Redemptoris Mater, en Hialeah. Él y el P. Paul Pierce son los dos primeros de ese seminario que han recibido toda su formación en la Arquidiócesis.
Recordó que su madre, Luisa Godoy, estaba “extremadamente triste” al principio. No sólo dejaba las leyes para ser sacerdote, sino que también dejaba a su familia en Paraguay.
“Muy lejos” de casa, dijo Godoy mientras esperaba el inicio de la Misa de ordenación. “No me lo imaginaba”. Pero esa tristeza se ha disipado al ver a su hijo. “Está muy contento”.
P. Franklin Ekezie: Un saludo en igbo
“Mi vida ha transcurrido en el seminario. Esto es lo que soy”, dijo el P. Ekezie, de 39 años. Entró a los 12 años en su Nigeria natal, poco después de la muerte de su querida abuela. Se estaba preparando para la Primera Comunión y le habían enseñado que si quería volver a ver a sus seres queridos, podría hacerlo en el cielo. Pero sólo podría llegar al cielo si se portaba bien y escuchaba las enseñanzas del sacerdote.
Pensó: “Quiero volver a ver a mi abuela. Entonces, en lugar de escuchar al sacerdote, ¿por qué no me hago sacerdote?”
Casi al finalizar su formación, tras obtener la licenciatura en teología, empezó a dudar. ¿Volver a ver a su abuela era una razón suficiente para ser sacerdote? Dejó el seminario y partió hacia los Estados Unidos, donde estudiaría más antes de regresar a Nigeria. Llegó a La Florida, a la Universidad de St. Leo, donde pensaba obtener una Maestría en Teología para luego enseñar.
Atraído por lo familiar, “solía salir con los hermanos (benedictinos) de allí”, recordó. Se sintieron decepcionados cuando les dijo que no quería unirse a su comunidad. Pero le sugirieron que se sentiría más a gusto en la atmósfera multicultural de Miami.
Tomó un autobús Greyhound en Tampa y llegó a Fort Lauderdale a las 4:30 de la madrugada. Cansado y con sueño, buscó en Google la comunidad nigeriana más cercana. Resultó ser St. Monica, en Miami Gardens, cuyo párroco, el sacerdote espiritano Samuel Muodiaju, no sólo es nigeriano, sino “incluso de mi tribu”, informó el P. Ekezie. “Me acogió, me dio una habitación para relajarme antes de la Misa (matutina)” y luego le presentó a una mujer que resultó ser la prima de su madre. “Ella me conoció cuando era pequeño”.
En 2016, ya se había mudado aquí y se unió a la parroquia de St. Bernard, en Sunrise, donde le esperaba una sorpresa aún mayor. El Arzobispo Wenski fue a celebrar una confirmación y le saludó en igbo. “¿Kedu?”, le preguntó (que significa, “¿Cómo estás?”). El Arzobispo continuó: “¿Imana bekee n’asu i gbo?” (“¿Sabes que el hombre blanco habla tu idioma?”)
“Creo que, con ese saludo del Arzobispo, mi cuerpo y mi espíritu pertenecían a este lugar”, dijo el P. Ekezie. “Si el Arzobispo puede saludarme y darme la bienvenida en mi idioma, ¿qué más necesito?”
En Nigeria, a punto de ser ordenado, le había dicho a Dios: “Señor, quiero pensar en esto antes de hacerlo. Así que después de pensarlo, encontré mi camino”.
P. Jeremy Lully: El sueño de mamá se hace realidad
Su madre le obligó a hacerlo. Cuando tenía unos 12 años, Carmelle Louis obligó a su tercer hijo y a sus cuatro hermanas menores a convertirse en monaguillos en la Misión Haitiana de la Divina Misericordia, que forma parte de la parroquia de St. Clement, en Fort Lauderdale. “No quería hacer nada de esto, pero sabía que no podía desobedecer a mamá”, dijo el P. Lully, de 30 años.
Durante un tiempo se libró de servir al encontrar una excusa en cada momento. Pero cuando finalmente lo hizo, “me enamoré de verdad del servicio del altar. Era una forma hermosa de asistir a la Misa, de aprender sobre la Misa y de acercarme a Jesús”, compartió.
Se involucró en la educación religiosa y en otros apostolados parroquiales, pero el sacerdocio no estaba en sus planes. Obtuvo una licenciatura en planificación urbana y una práctica en la ciudad de Fort Lauderdale, que se convertiría en un puesto remunerado tras su graduación de la Florida Atlantic University, en Boca Ratón.
“Muchos feligreses lo vieron en mí antes de que yo lo viera en mí mismo”, contó el P. Lully. Le decían: “Pareces un cura”. Y él respondía, no gracias, “puedo ser una persona buena y santa de esta manera. Pero aquello no desaparecía”.
Se reunió con el P. Zirilli, entonces director de vocaciones, que le aseguró que “no es un compromiso total. Entras. Disciernes... Dale dos años”.
“Hubo altibajos, y a veces hubo dudas de si Dios realmente quiere que haga esto, si realmente debo estar aquí. Pero nada me indicaba que tuviera que dejarlo”, recordó el P. Lully. “Y mi amor por Dios continuó creciendo, igual que el deseo de ayudar a la gente a amar a Dios”.
Su filosofía sacerdotal: “Hacer cosas pequeñas con gran amor. Creo que así es como podemos cambiar el mundo. Si puedo ser un sacerdote que haga eso, daré gracias a Dios por ello”.
Su madre lleva tiempo dando gracias a Dios. “Siempre le pedía a Dios que uno de mis hijos fuera sacerdote”, dijo antes de su ordenación, con los ojos humedecidos por las lágrimas. “Esto es una gracia. Es una bendición. Mi sueño hecho realidad”.
P. Paul Pierce: De “nada” a sacerdote
Bautizado a los 19 años, Jesse Adam Pierce lleva ahora el nombre que eligió: Paul. Como el apóstol de los gentiles. Muy apropiado, porque “desde el principio, yo no era nada. Mi padre nunca me habló de Dios. Tampoco mi madre”, afirmó este nativo de Hawái, de 31 años, hijo único de unos padres que se divorciaron cuando él tenía cuatro años. (Ahora tiene una hermanastra de 12 años).
Su madre, Rachel Hope Pierce, “buscaba en todas partes”, reveló el sacerdote, experimentando con todo tipo de sistemas de creencias, desde el hinduismo hasta la Nueva Era.
“Me criaron como anticristiana, en realidad pagana”, compartió su madre. Entonces su profesora de yoga le indicó el Camino Neocatecumenal, que su hijo describe como un “catecumenado post bautismal”, aunque en su caso fue pre bautismal.
Su madre se bautizó primero, cuando él tenía unos 13 años. Un año después, le invitó a unirse a su comunidad neocatecumenal. “Quería que tuviera algo mejor que lo que tenía nuestra familia: caos y sufrimiento”, aseguró Rachel Hope Pierce.
“Fui sólo para complacer a mi madre”, admitió el sacerdote. En pocos años, la comunidad “se convirtió en una segunda familia”.
“Vi signos en la comunidad que nunca vi en mi familia”, recordó el P. Pierce. “El amor, la unidad entre ellos es algo que no vi en ningún otro lugar, ni siquiera en mis padres”.
Se ofreció como voluntario para ir de misión, primero a Minnesota, luego a Dakota del Norte y finalmente a Nuevo México. Poco a poco, su vocación se hizo evidente. “Sabía que hacer la voluntad de Dios sería mi felicidad”, dijo. “De alguna manera, el Señor me dio esa gracia, la de confiar en él. Y no me ha decepcionado”.
Su padre sigue siendo agnóstico, no entiende su vocación pero tampoco se opone a ella, dijo el P. Pierce.
“Tiene paz y alegría”, dijo Rachel Hope Pierce sobre su hijo. “Todo lo que una madre quería, él lo encontró. Es una oración respondida”.
P. Leandro Siqueira: “El corazón de un padre”
Tal vez sea apropiado que el P. Siqueira, de 36 años, se haya ordenado en el Año de San José. La carpintería es su pasión. “Lo sigo haciendo en mi tiempo libre. Es como un pasatiempo. No quiero divorciar esto de mi vida como sacerdote”, declaró.
Comenzó cuando se trasladó a los Estados Unidos a la edad de 17 años, armado con un título de secundaria de su Brasil natal y un deseo juvenil de “una nueva experiencia”. Su hermana mayor, Lorena, había llegado un par de años antes. Se reunió con ella en Massachusetts y empezó a trabajar, a menudo hasta 14 o 15 horas al día. “Hice muchas cosas, sobre todo de construcción, pintura, albañilería. Una vez que descubrí la carpintería, me enamoré de la misma”.
Vivió en Massachusetts durante tres años antes de mudarse a Florida en 2005. Encontró un empleo haciendo “trabajos de madera muy caros y especializados”. Su hermano menor, Bruno, se unió a él y empezaron a trabajar juntos.
También entraron juntos en el seminario, aunque su hermano discernió salir después de tres años. El mérito es de la comunidad brasileña de su parroquia, St. Vincent, en Margate, “y de un par de sacerdotes que encontré en el camino”, dijo el sacerdote. “Me acercaron a la Eucaristía porque me invitaron a servir en la Misa”.
El P. Siqueira hizo su primera comunión y su confirmación a los 10 años. Pero no empezó a servir en la Misa hasta los 21 años. A los 23, recuerda haber sentido el deseo de ser sacerdote, “pero no quería escuchar porque estaba saliendo con muchachas”. De hecho, consideraba el matrimonio. Él y su hermano habían establecido un pequeño negocio y les iba bien económicamente.
Recordó que “entonces el Señor me llamó y le contesté: Señor, ¿puedes llamar a otra persona?” Decidió darle a Dios “un año de mi vida. Tenía miedo de envejecer y preguntarme qué hubiese pasado. No quería morir con esa duda”.
Ahora ve que “el Señor está cumpliendo su mayor deseo para mí, pero también mi mayor deseo, que es ser esposo y padre. Esa es la alegría de mi vocación. Ser padre. Ahora, después (de la ordenación) seré un esposo, tendré a la Iglesia como esposa, para protegerla y cuidarla. Y tendré a sus hijos”.
“Leo siempre tuvo un gran corazón”, dijo su hermano Bruno en la Misa de ordenación. “Nunca dudamos de su vocación una vez que empezó a considerarla seriamente. Tiene un corazón de padre”.
P. Nicholas Toledo: “Es como ser Cristo, ¿no?
Tras asistir a una Misa a los 9 años, Nicholas Toledo le dijo a su tía que quería ser sacerdote. “Ella me dijo que lo pensara mejor”, recordó.
Su vocación tenía sentido. Había crecido “rodeado” de la fe en Mother of Christ, en Miami, donde su padre, Roberto Toledo, había fundado un movimiento llamado Escoge orientado a los adolescentes.
Sin embargo, aunque pasaba mucho tiempo en la iglesia, hubo momentos en los que Nicholas trató de fingir que estaba enfermo para no ir a la Misa. “En cierto sentido, estaba rodeado por la Iglesia, y en otro sentido, no quería formar parte de ella tanto”.
Así fue hasta su segundo año de secundaria, cuando asistió a un retiro de Escoge. Después se unió al grupo de jóvenes, aunque reconoce que en parte fue por las “chicas bonitas” y la “gente interesante” que conoció allí. Pero “fue entonces cuando empecé a ir a la iglesia cada semana, a ir ante el Santísimo y orar”.
Entonces, en algún momento de su tercer año, una mujer se le acercó y le preguntó si pensaba ser sacerdote.
“Definitivamente no”, respondió. “Pero la pregunta se quedó ahí”. Dios había plantado la semilla. Decidió entrar en el seminario justo después de la secundaria, sólo “para ver qué le ofrecía el sacerdocio”.
A los 27 años, no tiene todas las respuestas. Pero recuerda el verano que él y otros dos seminaristas pasaron ayudando en el refugio de las Misioneras de la Caridad, en Miami. “Siempre nos decían que había que ser un sacerdote santo. Si no eres un sacerdote santo, sal del seminario ahora mismo”.
Pero nunca preguntó qué requiere tal santidad. Su respuesta, hasta ahora: “El sacerdote está llamado a ser un hombre de unidad, un hombre de oración, un hombre de compasión, de misericordia, un hombre de perdón, un hombre de servicio. Así que es como ser Cristo, ¿no? Quiero ser un sacerdote que esté dispuesto a compartir el amor que se compartió conmigo”.
Su madre, Gema Toledo, dijo que su edad será una ventaja. “Tendrá una conexión muy especial con los jóvenes. ¿No es eso lo que necesita el mundo?”