By Ana Rodriguez Soto - The Archdiocese of Miami
Ambos lloraron.
Eso fue lo que me llamó la atención al escuchar a Máximo Álvarez y Tony Argiz, niños de Pedro Pan, recordar su experiencia como niños sin acompañamiento que llegaban a un país extranjero.
Con días de diferencia, se esforzaron por contener las lágrimas en sendas ruedas de prensa. En la primera (minuto 26), Álvarez habló en apoyo del plan del gobernador Ron DeSantis para revocar la licencia de los refugios que albergan a menores sin acompañamiento en Florida. En la segunda (minuto 25), Argiz habló en oposición.
Ambos recorrieron caminos similares. Ambos pasaron de refugiados a líderes comunitarios; de niños que no hablaban ni una palabra de inglés, a empresarios exitosos, fundadores de sus propias empresas y contribuyentes al bienestar de muchos en el sur de La Florida.
Les unen los recuerdos y las lágrimas, pero ahora les divide la política.
Al Arzobispo Thomas Wenski le gusta decir que la inmigración es un tema polémico para ambos partidos. ¿Qué mejor prueba que estos dos hombres?
El plan del gobernador afecta directamente al programa que acogió y brindó refugio a ambos: Msgr. Bryan O. Walsh Children's Village, operado por Caridades Católicas y que lleva el nombre del sacerdote de Miami que tanto Álvarez como Argiz veneran.
El ADN de Mons. Walsh y de la Operación Pedro Pan están integrados en el sistema en el que confía el gobierno estadounidense en la actualidad para atender a los niños que entran a los Estados Unidos sin uno de sus padres. Eso es lo que Children's Village, anteriormente Boystown, ha hecho durante las últimas seis décadas. Eso es lo que 180 centros de acogida, entre ellos Children's Village, continúan haciendo por los menores sin acompañamiento de nuestros días.
Sin embargo, un grupo está convencido de la retórica del gobernador, según la cual su éxodo de hace 60 años fue distinto, y mereció una acogida más cálida y una ayuda más generosa que el éxodo de los niños de hoy.
Un grupo llegó en aviones, con pasaportes y visados expedidos por el gobierno de los Estados Unidos. Huían del comunismo. Vinieron "legalmente".
Los otros cruzan la frontera a pie, encomendados a contrabandistas en vez de a la Iglesia, huyendo de las pandillas más que del comunismo y, en su mayoría, según la expresión del gobernador, son "varones en edad militar" de entre 15 y 17 años (lo que implica que podrían ser terroristas). Sin duda, no vienen "legalmente".
Ahí es donde la cuña de la política partidista, apelando al pensamiento mágico, asoma su cabeza divisoria.
DeSantis dice que quiere proteger a los floridanos y a esos niños al disuadir a sus padres para que no los envíen hasta acá. Él y sus partidarios sostienen que ambos propósitos se lograrán al impedir que los acojan los albergues como el de Caridades Católicas.
Pero eso es como decir que quiere proteger a los floridanos y a los adictos a las drogas mediante el cierre de instalaciones para la desintoxicación, como la de St. Luke, también administrada por Caridades Católicas. O que el cierre de Camillus House pondrá fin al problema de los desamparados. Esos males, como las razones por las que emigra la gente, son profundos y complejos, y desafían las soluciones simplistas.
Además, DeSantis y sus abogados saben muy bien que los estados no elaboran la política de inmigración. El gobierno federal podría seguir enviando menores sin acompañamiento a Children's Village y a otros 15 refugios en La Florida sin el permiso del gobernador.
Entonces, ¿por qué continuar con esta lucha? Dejemos que el gobernador aparente que hace algo para atraer a sus partidarios, pero que continúe el trabajo. Es sólo retórica.
Pero esa retórica tiene un precio. Crea un estrés innecesario para los que trabajan en esos refugios, los cuales, dependiendo de los caprichos del gobernador, podrían enfrentar multas o incluso sanciones penales por continuar operando.
Lo peor de todo es que crea una división innecesaria. Los inmigrantes llevan décadas llegando a Florida, tanto refugiados del norte como del sur. La inmigración consolidó la posición de Miami en el mundo. Hay estudios que indican que la generosidad demostrada a los niños de Pedro Pan, y a las oleadas de cubanos que vinieron después, es lo que permitió que estos tuvieran éxito.
En todo momento, por razones políticas o por la imagen negativa de gente desesperada que se ahogaba en el mar, el gobierno estadounidense hizo excepciones con los cubanos, ayudándoles a "adelantarse" a otras nacionalidades en la cola de inmigración. Los niños de Pedro Pan llegaron con exención de visado. Los que entraron a través de los caóticos puentes marítimos de Camarioca, Mariel, y la crisis de los "balseros", no tenían visado ni fueron investigados, al igual que los que entran hoy por la frontera sur. Pero los EE. UU. respondieron a estas crisis con compasión al establecer los Vuelos de la Libertad, concediéndoles la libertad condicional, y al consagrar mediante la Ley de Ajuste Cubano una vía acelerada de residencia y ciudadanía sólo para ellos.
¿Por qué los niños de Pedro Pan de la actualidad deberían ser tratados de manera distinta? ¿No son también niños? ¿Acaso sus desesperados padres no los quieren igual?
El gobernador calificó de "repugnante" la comparación del éxodo de los niños de hace 60 años con la crisis fronteriza de hoy.
Lo que es verdaderamente "repugnante" es la retórica política que convierte en enemigos a hombres que todavía hoy lloran como niños al recordar su viaje.
Ante eso, todos deberíamos llorar.
Ana Rodríguez-Soto es editora del Florida Catholic de Miami y La Voz Católica. Lea más sobre ella aquí.
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