By Archbishop Thomas Wenski - The Archdiocese of Miami
El Arzobispo Thomas Wenski predicó esta homilía el 14 de agosto de 2021 durante una Misa en la Catedral de St. Mary celebrando el 50 aniversario de la llegada de las Hijas de la Caridad de San Vincent de Paul a la Arquidiócesis de Miami.
Queridas Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul.
Hermanos y hermanas,
Nos reunimos como Pueblo de Dios en esta Iglesia Catedral para celebrar la Eucaristía. Y hoy de manera particular queremos agradecerle por suscitar en medio de su pueblo, ese carisma de caridad y misión que desde su fundación en 1633 ha sido el distintivo de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul. Un carisma que no ha dejado de cosechar frutos de amor en todo el mundo, y por supuesto, también en esta porción de la Iglesia que ha sido testigo de la fecunda labor de nuestras queridas Hijas de la Caridad.
Hoy nos alegramos por los cincuenta años de su presencia evangelizadora en nuestra arquidiócesis, desde que un 14 de agosto de 1971 llegó el primer grupo de Hermanas con la misión de acompañar a sus hermanos exiliados, y desde ese momento, a toda la comunidad hispana del sur de la Florida. Aquellas primeras Hermanas, guiadas en un inicio por nuestra querida y fiel Sor Hilda Alonso, conocían de primera mano el dolor de su pueblo. En el año 1961, en medio de una feroz campaña antirreligiosa y habiendo sido confiscados los colegios católicos e innumerables obras asistenciales, el gobierno dictatorial cubano decidió también la expulsión del país de religiosos y religiosas, entre ellos un buen grupo de Hijas de la Caridad, así como de muchos sacerdotes, e incluso del entonces obispo auxiliar de La Habana, Monseñor Eduardo Boza Masvidal.
Diez años después, cinco de aquellas Hermanas fueron enviadas a Miami a instancias de su Superiora General, Sor Cristina Chiron, y a petición de Monseñor Coleman Carroll, arzobispo de Miami, quien le solicitó el apoyo de las Hijas de la Caridad para poder afrontar la creciente labor pastoral en español. Al siguiente día de su llegada a Miami, durante la Fiesta de la Asunción de la Virgen en la capilla de las Hermanas de la Asunción, hoy Iglesia de San Judas Tadeo, las Hermanas fueron presentadas oficialmente por Monseñor Bryan O. Walsh, Vicario Episcopal para el Apostolado Hispano, junto al P. Agustín Aleido Román, siempre cercano colaborador y amigo de la obra de las Hijas de la Caridad.
Inmediatamente comenzaron una ingente labor pastoral en la Iglesia del Gesu, en el Centro Hispano Católico, sirviendo en la catequesis, enseñando español, cuidando niños pequeños, ayudando en el dispensario médico, visitando a las familias. Poco tiempo después ya estaban colaborando con el P. (Emilio) Vallina en la Iglesia de San Juan Bosco, a la vez que desarrollaban una intensa labor asistencial desde su residencia “San Vicente de Paul”, en el área de Flagami. Un esfuerzo continuado de caridad en acción que sigue brindando hoy acompañamiento espiritual, así como alimentos y otras ayudas a decenas de familias de bajos recursos. Incluso, durante un buen tiempo, esta misión llegó a extenderse hacia Cuba y Haití, en medio de las graves crisis y carencias que por años han sufrido esos pueblos.
Y por supuesto, cómo no reconocer la hermosa labor iniciada en 1972 en la Ermita de la Caridad por invitación del querido P. Román y en beneficio de los exiliados cubanos y de tantos otros inmigrantes venidos de todo el continente. Allí, a los pies de la Virgen, muchos han podido encontrar acogida, ayuda asistencial y espiritual, y formación en la fe. Una misión nacida del amor, y bendecida por nuestra Madre del cielo, que con su ejemplo de escucha de la Palabra y de obediencia al plan divino, nos anima constantemente a olvidarnos de nosotros mismos, y a ponernos en camino para servir a nuestros hermanos.
Ese es, precisamente, el mensaje del Evangelio que ha sido proclamado, con su apremiante invitación a salir al encuentro de aquellos más necesitados de ayuda material y espiritual, del mismo modo en que la Virgen María supo encaminarse hacia aquel pueblo en las montañas de Judea y ponerse a disposición de su prima Isabel. Ella, que llevaba en su seno la “luz admirable” anunciada por Isaías en la primera lectura, no dudó en ponerse en camino, y así a lo largo de la historia, para servir con generosidad y alegría, entonando su hermoso himno de alabanza al Dios de la historia: "Proclama mi alma la grandeza del Señor; se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava" (Lc 1,46-48). María celebra la grandeza y la misericordia de Dios, que supera siempre las expectativas humanas. El pueblo de Israel esperaba al Mesías anunciado por los profetas, como nos recuerda la primera lectura, y el Dios de cielo y tierra envió a su propio Hijo para salvar a todo el género humano.
Ojalá que, fortalecidos con el ejemplo de María, no dejemos de ponernos en el camino del servicio, como también hicieron en su día San Vicente de Paul y Santa Luisa de Marillac. Ellos supieron transmitir a sus hijos e hijas ese mismo espíritu de entrega sacrificial, y el ardor misionero que nos recuerda el lema: “La Caridad de Cristo nos apremia”. Hoy la Iglesia nos recuerda a San Maximiliano Kolbe, que movido por su amor incondicional a Jesús y a María Inmaculada, supo entregar su vida en rescate de un padre de familia en el infame campo de concentración de Auschwitz. Que su entrega, a ejemplo del sacrificio de Cristo en rescate de toda la humanidad, nos anime y fortalezca en el cumplimiento de la misión que ha querido el Señor encomendarnos.
Queridas Hijas de la Caridad, quisiera aprovechar esta ocasión especial para agradecer su fidelidad a la llamada de Dios, su entrega generosa, y su valioso testimonio en medio de nuestro pueblo. Las exhorto a continuar poniéndose en camino, a ejemplo de María, y a seguir mostrando a través del testimonio de la fe y la caridad, el rostro misericordioso de nuestro Padre Dios. Que Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa les ayude siempre con su amorosa intercesión. Amen.