By Archbishop Thomas Wenski - The Archdiocese of Miami
El martes 3 de noviembre es el día de las elecciones (aunque muchos de nosotros ya habremos votado por correo o en un lugar de votación anticipada). Como católicos, consideramos la responsabilidad ciudadana como una virtud y, por lo tanto, la participación en el proceso político no es solo un derecho, sino también un deber. Y así, como católicos y como ciudadanos estadounidenses, debemos ejercer el derecho y el deber de nuestra ciudadanía votando. Además de varias contiendas estatales y locales, esta elección decidirá quiénes serán presidente y vicepresidente durante los próximos cuatro años, y quién nos representará a nuestro distrito congresional en la Cámara de Representantes durante los próximos dos años.
Nuestra Iglesia, con razón, no les dice a los fieles que voten por ningún candidato o partido. La Iglesia Católica no es, ni quiere ser, una agencia política o un grupo de interés especial. Sin embargo, tiene un profundo interés, y con razón, en el bien de la comunidad política, cuya alma es la justicia. Por esta razón, la Iglesia se involucra en una amplia variedad de temas de política pública, incluida la defensa de la vida por nacer, la libertad religiosa y el matrimonio como la unión de un hombre y una mujer, así como la defensa de temas relacionados con la inmigración, la educación, la pobreza y el racismo, junto con muchos otros.
La Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos y, a nivel estatal, nuestra Conferencia Católica de la Florida, buscan educar a los católicos y a otras personas de buena voluntad para que nuestras decisiones electorales, basadas en una conciencia informada, sean coherentes con nuestra fe. Al hacerlo, la Iglesia ofrece un marco moral específico que debe guiar al votante en la toma de decisiones prudenciales sobre quiénes son los “mejores” candidatos o, como lamentablemente sucede con demasiada frecuencia, quiénes son los candidatos “menos malos”. Este marco moral, anclado en las Escrituras y expresado en la enseñanza de la Iglesia, más que una mera afiliación a un partido o interés propio, debe guiar al católico serio a examinar a los candidatos en una amplia gama de temas, así como en su integridad personal, filosofía y rendimiento. De esta manera, nuestro voto será un ejercicio tanto de ciudadanía responsable como fiel.
Para los católicos, la defensa de la vida y la dignidad humanas no es una “causa estrecha”, sino una forma de vida. Como dice el Papa Francisco, “la vida humana es sagrada e inviolable. Todo derecho civil se basa en el reconocimiento del primer derecho fundamental, el derecho a la vida, que no está sujeto a ninguna condición de carácter cualitativo, económico y, ciertamente, no de naturaleza ideológica”.
Por esta razón, ningún católico debería votar por un programa político o una ley con la intención de contradecir los principios fundamentales de nuestra fe. Un votante que votara por un candidato precisamente porque él o ella están a favor del aborto, ciertamente sería culpable de pecado, objetivamente hablando. Alguien puede llegar a una decisión prudencial de votar por un candidato por otras razones, aunque su historial sea de apoyo a la matanza de bebés por nacer o a la eutanasia legalizada. Pero tal decisión tendría que sopesarse con mucho cuidado, dada la cooperación manifiesta del candidato en el mal (la habilitación del aborto).
La estridencia y la polarización de la política en Estados Unidos hoy en día pueden ser desalentadoras. Necesitamos un nuevo tipo de política, que se centre en los principios morales, no en las encuestas; en las necesidades de los vulnerables, no en las contribuciones de los poderosos; y en la búsqueda del bien común, no de las exigencias de intereses especiales.
Muy pocos candidatos comparten una preocupación constante por la vida y la dignidad humanas. Y muy pocos ciudadanos responsabilizan a los funcionarios electos al ejercer su derecho al voto. Todo esto muestra que, como católicos, deberíamos estar más —y no menos— comprometidos con la vida política. Todos estamos llamados a convertirnos en participantes informados, activos y responsables en el proceso político, y a hacerlo uniendo, de manera coherente y consistente, nuestra fe, nuestras convicciones morales y nuestras responsabilidades en la plaza pública.
Los católicos en la vida pública, ya sean demócratas o republicanos, deben actuar con seriedad y responsabilidad en muchas cuestiones morales importantes. Nuestra fe tiene una unidad integral que llama a los católicos a defender la vida y la dignidad humanas siempre que se vean amenazadas. La prioridad para los pobres, la protección de la vida familiar, la búsqueda de la justicia y la promoción de la paz, son prioridades fundamentales de la tradición moral católica, que no se pueden ignorar ni descuidar. Sin embargo, el aborto es una grave violación del derecho humano más fundamental: el derecho a la vida, que es inherente a todos los seres humanos y que fundamenta todos los demás derechos que poseemos. Que algunos católicos en la vida pública promuevan posiciones sobre la vida humana que no son coherentes con su fe católica, es un escándalo y, si bien pueden afirmar que son católicos “practicantes”, es obvio que necesitan practicar mucho más, hasta hacerlo bien.
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