By Archbishop Thomas Wenski - The Archdiocese of Miami
El Arzobispo Thomas Wenski predicó esta homilía durante la Misa de consagración del nuevo altar y de la capilla del monasterio de las Hermanas Carmelitas Descalzas en Redlands, el 10 de octubre de 2024.
La Providencia de Dios ha querido que la consagración del nuevo altar y de esta capilla caiga entre las fiestas de dos santas carmelitas, Santa Teresa de Jesús, su fiesta será el 15 de octubre, y la de Santa Teresita del Nino Jesús, cuya fiesta fue el primero de octubre. Pero aquí estamos entre unas monjas santas, que después de casi 25 años han logrado constituir y ocupar este monasterio aquí en los Redlands.
Es, queridas Hermanas Carmelitas, una gracia y una bendición contar con su presencia silenciosa y orante, en el mismo corazón de nuestra Arquidiócesis de Miami, enriquecida siempre por la labor fecunda de religiosos y religiosas, y de manera particular por la vida religiosa contemplativa que ustedes encarnan, siguiendo la huella y el carisma de Santa Teresa de Ávila.
Felicidades y gracias a todos los que han dado una mano para que este proyecto fuera realizado. Y no puedo no mencionar a Monseñor John Clement Favalora, quien les había invitado para que vinieran aquí a Miami para rezar por nosotros, especialmente para rezar por nuestros sacerdotes.
El Salmo dice: “Si el Señor no construye la casa en vano trabajan los albañiles…” Por fin, después de muchas demoras y complicaciones, la casa se construyó gracias a Dios. Como nos dice San Pablo: "No se inquieten por nada; antes bien, en toda ocasión presenten sus peticiones a Dios y junten la acción de gracias a la súplica. Y la paz de Dios, que es mayor de lo que se puede imaginar, les guardará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús (Filipenses 4: 6-7).
O como la misma Santa Teresa de Ávila dice: Que nada te turbe…Solo Dios basta.
Dentro de unos momentos consagramos el altar que representa Cristo. Pues, Cristo es el centro de toda la acción litúrgica. Todo procede de Él y todo converge en Él. Él es la piedra angular de la Iglesia, el lugar donde se realiza el misterio, la promesa de que quienes nos sentamos a su mesa viviremos para siempre por la fuerza salvadora de su Cuerpo y de su Sangre. El crisma con que ungiremos la mesa del altar evoca la unción que su naturaleza humana recibió en el bautismo para poder, en cuanto hombre, realizar la salvación de la humanidad. El altar es Cristo: el lugar donde se hace patente la acción salvadora de Dios, porque la liturgia es acción de Dios, iniciativa suya, milagro de sus manos. El Espíritu Santo garantiza mediante la unción del altar que cuanto en él se realiza tiene la fecundidad que simbolizan los ritos sagrados.
Queridas hermanas, de la misma manera en que Jesús exhortó a sus contemporáneos a abrir los corazones y dejarse transformar, así nos invita hoy a nosotros a ser los recipientes adecuados de su gracia, capaces de reflejar en medio del mundo su amor misericordioso. Fieles a su Palabra, y respetuosos de la tradición de la Iglesia, no pongamos obstáculos a la llamada del Espíritu, que sopla donde quiere, y que en cada etapa de la historia ha sabido suscitar dones y carismas para responder mejor a las necesidades y nuevos desafíos de la Iglesia.
Fue así como Teresa de Ávila, consciente de la realidad de su Iglesia y de los retos de su tiempo, estuvo dispuesta a abrir el corazón a esa llamada de renovación que el mismo Jesús le inspiró. Llamada y vocación que ustedes, queridas Carmelitas Descalzas, un día también recibieron, y cada día, de manera personal y comunitaria, se esfuerzan por renovar con la ayuda de la gracia.
Otra vez, nuestra gratitud a cuantos han colaborado de una u otra forma para que en este día de acción de gracias podamos hacer posible lo que Dios nos dice a través del profeta Isaías: "Los traeré a mi monte santo; los llenaré de júbilo en mi casa de oración; sus holocaustos y sacrificios serán aceptables sobre mi altar; porque mi casa es casa de oración, y así la llamarán todos los pueblos" (Is 56, 7).
Que la Virgen María, en su advocación de Nuestra Señora del Monte Carmelo, nos proteja de todo mal con su santo escapulario y nos conduzca hasta el altar del cielo. Amén