By Archbishop Thomas Wenski - The Archdiocese of Miami
El Arzobispo Thomas Wenski predicó esta homilía durante una Misa que celebró junto a Monseñor Silvio Báez, obispo auxiliar de Managua, en la fiesta de María, Reina de los cielos, con la comunidad nicaragüense, el 22 de agosto de 2022 en la iglesia St. Michael en Miami.
Simeón predijo que Jesús sería un signo de contradicción, la causa de elevación y caída de muchos; y que una espada de dolores traspasaría el corazón de su madre. Hoy, 22 de agosto, la fiesta de Maria, Reina de los cielos, nos recuerda la verdad de estas palabras que nos hablan, a través de los siglos, en la Palabra de Dios; palabras que deberían consolarnos en nuestras pruebas mientras luchamos por dar testimonio de la esperanza en un mundo que, porque quiere vivir sin Dios, sin referencia a su verdad, se encuentra cada vez más sin esperanza.
El 13 de agosto fue el día en que la Iglesia de Nicaragua quería celebrar con una procesión la presencia de la Virgen de Fátima que andaba visitando a un pueblo agobiado por la represión de su gobierno con vista a reanimarles con esperanza. En esa fecha, hace 105 años, los pastorcitos de Fátima iban a ir, como otros meses, a la Cova de Iria, donde iban a encontrarse con la Señora que ahora sabemos que era la Reina de la Paz, la Santísima Virgen. Miles habían ido delante de ellos con la esperanza de ver la visión; pero los niños no llegaron. Fueron secuestrados por el alcalde del pueblo, llevados a una comisaría, donde los amenazaron con varios castigos si no se retractaban y declaraban que lo que habían comunicado era un fraude.
Aunque eran muy jóvenes, hijos de gente sencilla, se opusieron a negar la verdad de lo que habían visto y oído. El alcalde y sus secuaces pensaron que podían infundir miedo en los corazones de estos pastorcillos, pero fracasaron. De hecho, cuando terminó el día, los niños fueron liberados, y fueron el alcalde y su gente quienes tuvieron miedo.
Hoy, pedimos que se liberen no los pastorcitos, sino que se libere un pastor, Monseñor Rolando Alvarez, obispo de Matagalpa, quien también con valentía se mantiene firme en decir la verdad de lo que ve. No tiene miedo como no tenían miedo los pastorcitos; los que tienen miedo son los verdugos del pastor. Y como ese alcalde y sus secuaces fracasaron, ellos también fracasarán.
En la lectura de hoy del Libro del Apocalipsis, el amado apóstol a quien Jesús confió a María, su madre, escribe sobre la lucha entre la mujer y el dragón. El dragón, en la visión de San Juan, ciertamente representaba el poder de los emperadores romanos anticristianos, desde Nerón hasta Domiciano. Junto al poder del Imperio Romano, la Iglesia primitiva debió aparecer como una mujer indefensa sin posibilidades de supervivencia y menos aún de victoria.
Pero el pasaje se refiere más que a la lucha entre la Iglesia primitiva y Nerón; más bien se refiere a la batalla épica entre el bien y el mal que el Pueblo de Dios está librando mientras atravesamos este “valle de lágrimas”. Y con qué frecuencia, a lo largo de la historia, el poder del mal y el odio parecía mucho más fuerte que el poder del bien y el amor. Éste fue ciertamente el caso durante gran parte del siglo XX: la Primera Guerra Mundial, la Gran Recesión, la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría y holocaustos en serie: armenios, judíos, camboyanos y, por supuesto, los no nacidos asesinados a través de abortos.
Pero Fátima nos recuerda: Dios tiene la última palabra. En la batalla épica entre el bien y el mal, Dios ganará, y compartiremos esa victoria si escuchamos el mensaje de paz de Fátima, una paz que se encuentra en y a través del arrepentimiento y la reparación.
Como dijo el Papa emérito, Benedicto XVI, en una catequesis sobre el texto de nuestra primera lectura, el dragón “existe de formas nuevas y diferentes. Existe en forma de ideologías materialistas que nos dicen que es absurdo pensar en Dios; es absurdo observar los mandamientos de Dios… También hoy parece imposible imaginar un Dios que creó al hombre y se hizo Niño y que sería el verdadero soberano del mundo”. Pero, aunque este dragón en sus nuevas encarnaciones parece una vez más invencible, sigue siendo cierto hoy que Dios es más fuerte que el dragón: es el amor el que vence y no el egoísmo.
María, la madre de los dolores, la reina de la paz es la mujer vestida del sol, como se describe en el Libro del Apocalipsis. “Vestida del sol” es una forma poética de decir que ella está totalmente con Dios. Ella es “el signo de la victoria del amor, de la victoria del bien, de la victoria de Dios; una gran señal de consuelo.” Nuevamente, permítanme citar al Papa Emérito, “esta mujer que sufrió, que tuvo que huir, que dio a luz con crisis de angustia, es también la Iglesia, la Iglesia peregrina de todos los tiempos. En todas las generaciones tiene que dar a luz a Cristo de nuevo, para traerlo al mundo muy dolorosamente, con gran sufrimiento”.
Y, como la mujer que se enfrenta al dragón es María, la mujer del Apocalipsis de Juan es también la Iglesia, “la presencia, la garantía del amor de Dios contra todas las ideologías del odio y del egoísmo”. Que las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia se muestra en la propia exaltación de María como Reina del Cielo y de la tierra. En el hijo de María, el dragón es vencido.
En Fátima, María confió a los pastorcitos —y a través de ellos a nosotros— una gran arma para usarla contra el dragón del Apocalipsis. Es un arma simple pero poderosa para la guerra espiritual que es parte de nuestra vida diaria en este “valle de lágrimas”. Esa arma es el Santo Rosario. No es un arma de violencia o intimidación sino de paz y sanación: porque el rezo del rosario nos lleva a una relación más íntima con la Madre de la Misericordia, nuestra Vida, nuestra Dulzura y nuestra Esperanza. En un mundo aún amenazado por las armas de destrucción, tenemos en el rosario —como indicó María a los pastorcitos de Fátima— un arma de conversión. De hecho, en Fátima, María pidió oraciones por la paz y por la conversión de Rusia. Si examinamos la historia a través de los lentes de la fe, sería difícil no ver la conexión entre la caída del Muro de Berlín y la disolución del imperio soviético que tanto había amenazado la paz mundial durante gran parte del siglo XX y esos innumerables rosarios ofrecidos por la paz, especialmente por aquellos que vivían detrás de la Cortina de Hierro.
El rosario, entonces, como oración que nos hace mirar a Jesús a través de los ojos de María, puede ayudarnos a abrazar la vida: a comprender que la vida no es una carga pesada que debemos llevar sobre nosotros, sino un don para compartir. De esta manera, el rosario es un poderoso antídoto contra la “cultura de la muerte” de nuestra sociedad contemporánea, una cultura en la que la dignidad y el derecho se descarta cada vez más.
Entre cánticos a la Virgen y vivas a Nicaragua, pese a la negativa de la policía de Ortega, los fieles – unas dos mil personas – se reunieron en los predios de la catedral de Managua para recibir a la venerada imagen, que ingresó a la explanada sobre una un anda cubierta de rosas blancas y amarillas, cargada en hombros por un grupo de jóvenes.
“¡María de Nicaragua, Nicaragua de María!”, corearon los fieles agitando pequeñas banderas de la Iglesia.
En alusión a la crisis con el gobierno, el arzobispo capitalino y Cardenal Leopoldo Brenes dijo en su homilía: Nos reunimos “con mucha alegría, pero también con mucha tristeza” debido a “la situación que hemos vivido en nuestras parroquias”.
“No nos cansemos de orar, aun cuando dé la impresión de que Dios no nos oye”, agregó, citando al Papa Francisco. “Perdónalos Señor, porque no saben lo que hacen”.
Recordamos el secuestro de los pastores de Fátima y el secuestro de un pastor en Nicaragua y el acoso de tantos fieles. Esto nos recuerda que “…La fe, que parece débil, es la verdadera fuerza del mundo. El amor es más fuerte que el odio”. El pueblo de Nicaragua también tiene que examinar la situación triste que están viviendo ya desde demasiado tiempo a través de los lentes de la fe.
Vemos cómo también hoy el dragón quiere devorar al Dios que se hizo niño. No teman por este Dios aparentemente débil. La batalla ha sido ganada. También hoy este Dios débil es fuerte: es la verdadera fuerza. Así, esta fiesta de Maria, Reina del cielo y de la tierra, es una invitación a tener confianza en Dios y también una invitación a imitar a María en lo que ella misma dijo: "¡He aquí la esclava del Señor!, me pongo a disposición de él". Esta es la lección: seguir su camino; dar nuestra vida y no preservarla y no tomar la vida. Precisamente así estamos en el camino del amor, que consiste en perderse, pero en realidad este perderse es el único camino para encontrarse verdaderamente, para encontrar la verdadera vida.
Dios tendrá la última palabra. El amor siempre vence.
¿Quién es que causa tanta alegría? Quien confía en La Inmaculada no queda nunca defraudado. Que María nos ayude a ver que hay una luz más allá del velo de niebla que parece envolver la realidad.
Así, como rezaron en Fátima, digamos con Isabel: “Bendita tú entre las mujeres”. Oremos a Nuestra Señora de Fátima con toda la Iglesia: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ruega por Nicaragua, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén."