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Columns | Friday, October 18, 2013

El rostro de Cristo

Detalle de la pintura Cristo y el joven rico, del pintor alemán Heinrich Hofmann (1824-1911).

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Detalle de la pintura Cristo y el joven rico, del pintor alem�n Heinrich Hofmann (1824-1911).

Existe en nuestra sociedad el sondeo de opini�n. Tambi�n Jes�s en su d�a pregunt� a sus disc�pulos: �Qui�n dice la gente que es el hijo del Hombre? Pero a Jes�s no le interesaba medir el nivel de su popularidad, sino ver lo que pensaban sus disc�pulos, y por eso les lanz� la pregunta. Jes�s nos sigue pidiendo nuestro parecer. Las respuestas var�an seg�n las personas, pues cada uno tiene su propia visi�n de Cristo y �sta, a veces, es un tanto torcida y desacralizada. La novela, el cine, las letras nos hablan de �l. Es cierto que algunos lo reconocen como un gran personaje, parecido a S�crates, Gandhi, Tolstoi� Otros lo presentan como fuente de poder, energ�a, superaci�n de conflictos, serenidad y liberaci�n del estr�s. Cristo es recordado como el hombre excepcional, el maestro y modelo de buenas costumbres, el revolucionario, el Cristo po�tico y rom�ntico al estilo hippie �el Jesus Christ Super Star de los a�os setenta� o el Jes�s deformado por las diversas filosof�as e ideolog�as. Jesucristo, a lo largo del tiempo, ha aparecido como el Pantocrator, el Caballero ideal, el Gran Rey, el Cristo pobre y peque�o de los belenes de Navidad de Francisco de As�s�

Si tuvi�ramos que pintar a Cristo, �c�mo lo pintar�amos? Fray Ang�lico dec�a que quien quiera pintar a Cristo s�lo tiene un procedimiento: vivir con Cristo.

�Qu� no dar�amos por conocer su verdadero rostro?

Si su ministerio �escribe M. Leclercq� hubiera tenido lugar en tierra griega o latina, probablemente nos hubieran quedado de �l algunos monumentos icnogr�ficos contempor�neos o de una fecha pr�xima; pero, en el mundo jud�o, cualquier intento de este tipo hubiera sido tachado de idolatr�a.

Isa�as lo describir� prefigur�ndolo como var�n de dolores. Su aspecto no era de hombre, ni su rostro el de los hijos de los hombres. No ten�a figura ni hermosura para atraer nuestras miradas, ni apariencia para excitar nuestro afecto. Era despreciado y abandonado de los hombres, var�n de dolores, como objeto ante el cual las gentes se cubren el rostro (Is. 52, 14;)

Los Padres de la Iglesia ponderar�n la belleza f�sica de Jes�s. San Juan Cris�stomo dir� que el aspecto de Cristo estaba lleno de una gracia admirable. San Agust�n afirma que es el m�s hermoso de los hijos de los hombres. Y San Jer�nimo dir� que el brillo que se desprend�a de �l, la majestad divina oculta en �l y que brillaba hasta en su rostro, atra�a desde el principio, a quienes lo ve�an. Jes�s ten�a un coraz�n de hombre, un coraz�n sensible a las ingratitudes, insultos, silencios, traiciones y negaciones. As� se queja de la soledad y tristeza que siente. �Sim�n, �duermes? �Ni una hora has podido velar?� (Mc. 14,37). Ante la triple negaci�n de Pedro, Jes�s le devuelve una mirada llena de reproche, ternura, compasi�n y aliento.

El Se�or mir� a Pedro, al joven rico, a la pecadora. Y Jes�s acepta con amor el beso de Judas y la bofetada del siervo de An�s. De todas las actitudes del Maestro, la m�s elocuente, sin duda, es la del silencio. Jes�s calla ante el abandono de los amigos, cuando lo atan, cuando lo calumnian, cuando le pegan, cuando la gente prefiere la libertad de Barrab�s a la suya.

Los evangelios nos hablan de un Jes�s compasivo y misericordioso, y as� lo es con el leproso, con la viuda de Na�m, con los dos ciegos, con la muchedumbre que anda como ovejas sin pastor. Jes�s se acerca a la gente y se muestra misericordioso con los gestos, con el tacto, con la mirada; �l toma siempre la iniciativa, se adelanta a sanar, a comer y alojarse con alguien o quedarse en tal pueblo. Sus palabras amables, consuelan, dan confianza, dan paz. Se sienta y acoge a los m�s d�biles, a los m�s necesitados: leprosos, impuros, sordomudos, ciegos, endemoniados, pecadores, mujeres marginadas, ni�os relegados, enfermos, samaritanos y paganos. Y la misericordia tambi�n la adopta en la postura con que expresa sus sentimientos:

� agach�ndose, frente a la mujer humillada y acusada en el Evangelio de Juan, y luego irgui�ndose para hablarles cara a cara a los acusadores;

� sent�ndose entre los dem�s, al compartir un banquete con Mateo y sus compa�eros publicanos, o con los fariseos;

� invitando a la gente a levantarse (la suegra de Sim�n, la ni�a de Jairo), o a presentarse ante los dem�s sin miedo (la hemorro�sa, el de la mano seca);

� ordenando a la multitud que se detenga (la procesi�n f�nebre de Na�m);

� caminando junto a los dem�s (con los disc�pulos en el camino a Ema�s).

Jes�s nos manda a ser misericordiosos, como su Padre es misericordioso.

A algunas personas les hubiera gustado haber vivido en tiempos de Jes�s para mirarlo, tocarlo, escuchar sus palabras. Hoy, sin embargo, tenemos un privilegio mayor, pues sabemos que, por la fe, al mirar a cada persona, miramos a Cristo y creemos que todo lo que hacemos a uno de los m�s peque�os, a �l se lo hacemos, pues no podemos olvidar que cada una de las caras humanas es el rostro de Jes�s: cada ser humano, bien est� sufriendo o gozando, riendo o llorando, es el rostro de Cristo. El reconocer el rostro de Cristo en cada ser humano, con su nombre y sus apellidos, nos dar� la oportunidad de que �l pueda reconocernos a nosotros en la eternidad, y por toda la eternidad.


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