By Padre Eusebio Gomez, OCD - La Voz Catolica
Existe en nuestra sociedad el sondeo de opini�n. Tambi�n Jes�s en su d�a pregunt� a sus disc�pulos: �Qui�n dice la gente que es el hijo del Hombre? Pero a Jes�s no le interesaba medir el nivel de su popularidad, sino ver lo que pensaban sus disc�pulos, y por eso les lanz� la pregunta. Jes�s nos sigue pidiendo nuestro parecer. Las respuestas var�an seg�n las personas, pues cada uno tiene su propia visi�n de Cristo y �sta, a veces, es un tanto torcida y desacralizada. La novela, el cine, las letras nos hablan de �l. Es cierto que algunos lo reconocen como un gran personaje, parecido a S�crates, Gandhi, Tolstoi� Otros lo presentan como fuente de poder, energ�a, superaci�n de conflictos, serenidad y liberaci�n del estr�s. Cristo es recordado como el hombre excepcional, el maestro y modelo de buenas costumbres, el revolucionario, el Cristo po�tico y rom�ntico al estilo hippie �el Jesus Christ Super Star de los a�os setenta� o el Jes�s deformado por las diversas filosof�as e ideolog�as. Jesucristo, a lo largo del tiempo, ha aparecido como el Pantocrator, el Caballero ideal, el Gran Rey, el Cristo pobre y peque�o de los belenes de Navidad de Francisco de As�s�Si tuvi�ramos que
pintar a Cristo, �c�mo lo pintar�amos? Fray Ang�lico dec�a que quien quiera
pintar a Cristo s�lo tiene un procedimiento: vivir con Cristo.
�Qu� no dar�amos
por conocer su verdadero rostro?
Si su ministerio
�escribe M. Leclercq� hubiera tenido lugar en tierra griega o latina, probablemente
nos hubieran quedado de �l algunos monumentos icnogr�ficos contempor�neos o de
una fecha pr�xima; pero, en el mundo jud�o, cualquier intento de este tipo
hubiera sido tachado de idolatr�a.
Isa�as lo
describir� prefigur�ndolo como var�n de dolores. Su aspecto no era de hombre,
ni su rostro el de los hijos de los hombres. No ten�a figura ni hermosura para
atraer nuestras miradas, ni apariencia para excitar nuestro afecto. Era
despreciado y abandonado de los hombres, var�n de dolores, como objeto ante el
cual las gentes se cubren el rostro (Is. 52, 14;)
Los Padres de la
Iglesia ponderar�n la belleza f�sica de Jes�s. San Juan Cris�stomo dir� que el
aspecto de Cristo estaba lleno de una gracia admirable. San Agust�n afirma que
es el m�s hermoso de los hijos de los hombres. Y San Jer�nimo dir� que el
brillo que se desprend�a de �l, la majestad divina oculta en �l y que brillaba
hasta en su rostro, atra�a desde el principio, a quienes lo ve�an. Jes�s ten�a
un coraz�n de hombre, un coraz�n sensible a las ingratitudes, insultos,
silencios, traiciones y negaciones. As� se queja de la soledad y tristeza que
siente. �Sim�n, �duermes? �Ni una hora has podido velar?� (Mc. 14,37). Ante la
triple negaci�n de Pedro, Jes�s le devuelve una mirada llena de reproche, ternura,
compasi�n y aliento.
El Se�or mir� a
Pedro, al joven rico, a la pecadora. Y Jes�s acepta con amor el beso de Judas y
la bofetada del siervo de An�s. De todas las actitudes del Maestro, la m�s
elocuente, sin duda, es la del silencio. Jes�s calla ante el abandono de los
amigos, cuando lo atan, cuando lo calumnian, cuando le pegan, cuando la gente prefiere
la libertad de Barrab�s a la suya.
Los evangelios
nos hablan de un Jes�s compasivo y misericordioso, y as� lo es con el leproso,
con la viuda de Na�m, con los dos ciegos, con la muchedumbre que anda como
ovejas sin pastor. Jes�s se acerca a la gente y se muestra misericordioso con
los gestos, con el tacto, con la mirada; �l toma siempre la iniciativa, se
adelanta a sanar, a comer y alojarse con alguien o quedarse en tal pueblo. Sus palabras
amables, consuelan, dan confianza, dan paz. Se sienta y acoge a los m�s
d�biles, a los m�s necesitados: leprosos, impuros, sordomudos, ciegos,
endemoniados, pecadores, mujeres marginadas, ni�os relegados, enfermos, samaritanos
y paganos. Y la misericordia tambi�n la adopta en la postura con que expresa sus
sentimientos:
� agach�ndose,
frente a la mujer humillada y acusada en el Evangelio de Juan, y luego irgui�ndose
para hablarles cara a cara a los acusadores;
� sent�ndose
entre los dem�s, al compartir un banquete con Mateo y sus compa�eros publicanos,
o con los fariseos;
� invitando a la
gente a levantarse (la suegra de Sim�n, la ni�a de Jairo), o a presentarse ante
los dem�s sin miedo (la hemorro�sa, el de la mano seca);
� ordenando a la
multitud que se detenga (la procesi�n f�nebre de Na�m);
� caminando junto
a los dem�s (con los disc�pulos en el camino a Ema�s).
Jes�s nos manda a
ser misericordiosos, como su Padre es misericordioso.
A algunas personas
les hubiera gustado haber vivido en tiempos de Jes�s para mirarlo, tocarlo, escuchar
sus palabras. Hoy, sin embargo, tenemos un privilegio mayor, pues sabemos que,
por la fe, al mirar a cada persona, miramos a Cristo y creemos que todo lo que
hacemos a uno de los m�s peque�os, a �l se lo hacemos, pues no podemos olvidar
que cada una de las caras humanas es el rostro de Jes�s: cada ser humano, bien
est� sufriendo o gozando, riendo o llorando, es el rostro de Cristo. El
reconocer el rostro de Cristo en cada ser humano, con su nombre y sus
apellidos, nos dar� la oportunidad de que �l pueda reconocernos a nosotros en
la eternidad, y por toda la eternidad.