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Columns | Tuesday, September 24, 2024

Cambiar la cultura a través del Evangelio

Columna de Arzobispo Wenski para la edición de septiembre de 2024 de La Voz Católica

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Gran parte de nuestra cultura en los Estados Unidos de hoy está profundamente herida por el individualismo, por el narcisismo; está herida por el materialismo que niega la trascendencia de la persona humana. Está confundida por falsas ideologías sobre lo que significa ser hombre o mujer. Los hombres y mujeres de fe se enfrentan al rechazo, al ostracismo y a la exclusión de un secularismo ascendente que ha confundido a la gente sobre lo que es real, lo que es bueno y verdadero. Hoy en día muchos han sido hechizados por un falso sentido de autonomía humana que incluso justifica el asesinato de un bebé en el vientre de su madre. (Este es el razonamiento erróneo detrás de quienes apoyarían la Enmienda 4.

Esto explica mucho acerca de por qué nuestra política se ha vuelto tan polarizada. Y dado que ninguno de los partidos refleja plenamente las enseñanzas sociales católicas, los católicos deberían sentirse “sin hogar” en cualquiera de los dos partidos políticos. Sin embargo, como ciudadanos fieles y llenos de fe, debemos ejercer nuestro derecho al voto. Y los católicos deben ver la política como una vocación noble, en la que las personas de fe pueden dedicar sus vidas con integridad a servir al bien común de la sociedad y ayudar a crear las condiciones necesarias para el florecimiento humano. De lo contrario, nunca podremos elegir votar por el “mejor candidato”, sino solo optar por el candidato menos “malo”.

El periodista y comentarista político Andrew Breitbart (1969-2012) tenía una cita famosa: “La política es consecuencia de la cultura”. A medida que las personas cambian sus creencias sobre lo que es “bueno y verdadero” (es decir, su cultura), su política también cambia.

La política —o los políticos— siguen a la cultura. Ted Kennedy, Al Gore, Jesse Jackson, Joe Biden y muchos otros comenzaron sus carreras políticas como “pro-vida”. No piensen que cuando se volvieron “pro-aborto” su cambio de opinión fue en algún sentido una “muestra de coraje”. Tenían los dedos en el aire y percibían un cambio en los vientos de nuestra cultura, al menos entre sus electores. Lo mismo sucedió con el presidente Obama, Hillary Clinton y otros políticos en relación con el llamado “matrimonio gay”. Estaban en contra antes de estar a favor. Tampoco allí se puede ver un ejemplo de coraje.

El Papa San Juan Pablo II, que sobrevivió a las tiranías nazi y comunista, lo comprendió. De hecho, cuando los obispos se reunían con Juan Pablo II para sus visitas ad limina, él no les preguntaba qué estaban haciendo para cambiar la política en sus respectivos países. Más bien, les preguntaba qué estaban haciendo para cambiar la cultura. La Iglesia, a través de la predicación del Evangelio, quiere cambiar la cultura y, por lo tanto, efectuar un cambio en nuestra política al dar forma a una cultura basada en lo que es verdaderamente “bueno y verdadero”.

Si bien la Iglesia Católica no es —ni quiere ser— un partido político o un grupo de intereses especiales, sí tiene un profundo interés —y con razón— en el bien de la comunidad política, cuya alma es la justicia. Tiene algo que decir, una palabra que compartir. Esa Palabra es Jesucristo, quien, por ser verdadero Dios y verdadero hombre, es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre.

Por esta razón, la Iglesia se involucra en una amplia variedad de asuntos de política pública, incluyendo la defensa de la vida no nacida, que, debido a la vulnerabilidad del niño no nacido, sigue siendo una “prioridad preeminente” de los obispos de Estados Unidos.

Esto se deriva de una antropología judeocristiana, es decir, nuestra comprensión del Hombre como Imago Dei. “Dios nos hizo a su propia imagen y semejanza, varón y mujer nos creó”.

El individualismo, el narcisismo, el materialismo de la cultura popular de hoy nos han traído “muertes por desesperación” –personas que mueren por abuso de drogas o suicidio; han socavado la sociedad civil, entre muchos otros males. La sanación de la cultura y la política de Estados Unidos requerirá mucho trabajo y no será fácil. Pero esto solo llegará a través del redescubrimiento de lo que es verdaderamente “bueno y verdadero”, que comienza con el reconocimiento de los derechos y la dignidad de cada ser humano, hecho por Dios a su imagen y semejanza, no para morir un día, sino para vivir en comunión con Él y en comunidad unos con otros.

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